lunes, 13 de octubre de 2008

(En)Ajena(Dos)

Sólo la permanencia de un tiempo ya lejano y de un amor ya caduco me llevaron a escribirlo.


Habían pasado ya días desde que Troy le gritó. Bren no sabía muy bien qué pensar, pero trataba de no inmutarse y descansaba al abrigo de la idea de que el adiós estaba cerca.
Ella se había quedado mirándolo con lágrimas en los ojos y algunas remeras que acababa de sacar de uno de los cajones de la cómoda. Él la increpaba enérgica pero amablemente.
-Estás sola, yo también. En un momento como éste lo último que necesitamos es que duermas en el otro cuarto. We might as well…
Y we might as well, entonces y así se hizo. Noches abrazándolo en nostalgia y cubriéndose de lástima por sí misma. No había funcionado. Pero sin que ella lo admitiera jamás, un vértigo por verse a la deriva le estaba naciendo en aquél lugar del cuerpo donde las cosas se saben a ciencia cierta, y se sienten meses antes de que sucedan. La inefable, deliciosa certidumbre de lo incierto. Esa casa era de los dos y había que irse. Un dejo de extrañeza velaba sobre la cama si ella llegaba borracha de andar con otra gente, pero él nunca le daba la espalda. La necesidad del otro cuerpo era mutua. Se entregaban como quien convida caramelos a los que tiene cerca. Más que nada, por caridad y por la imperiosa creencia de que esa alma gemela podía estar necesitándolo.
- En estas situaciones no podemos ser mezquinos, y estamos para brindarnos, por el tiempo que nos quede de vivir juntos. – había dicho él, muy sabiamente.
Hoy era el último día del resto de sus vidas lejos del otro. Bren se despertó y lo abrazó por última vez en la mañana. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
- Honey, no otra vez. ¿Siempre vas a llorar? Vamos, que hay que vaciar este
cuarto.- El imperativo disfrazado de rutina forzada la enfermaba, pero ahora ya estaba agonizando. Una de las últimas órdenes a acatar.
Lo único que quedaba en el dormitorio era el colchón en el piso y el canasto de tela que usaban para la ropa sucia.
Uhh, pero no me quiero levantar, hay que sacar las sábanas, yawny person. ¿Y qué hacemos con …?Vamos, metete en la ducha que ya voy. Yo me ocupo de este desorden.
Dulce autoridad. Si comenzaba a enumerar todas las cosas que extrañaría de vivir con Troy, iba a llorar mucho ese día. Esa ducha sería su confidente por última vez. La ambivalencia de todo lo que sentía por él le daba náuseas.
Se despidió de esa vela de gel con el fondo del mar simulado en la base, que ella le había regalado el verano anterior. Ya estaba desgastada y descolorida. Como ellos forzando una relación inconexa. La alfombra del baño. Las toallas. Se las dejo porque me ocupan mucho espacio en las valijas. La ducha no le hizo bien. Se estaba empezando a secar, y Troy hizo su entrada triunfal, siempre sonriendo, siempre pensando en él.
Era un ritual hablar- y olvidarse- de cualquier cosa mientras ella se maquillaba y él
se duchaba. Cantar a dos voces, imitar acentos, contame chistes, pero ahora no porque me voy a lavar los dientes y me atraganto de la risa, te acordás cuando te hiciste pis?, basta, si le contaste a todo el mundo, you bastard, me dijiste eso tan feo? you just wait, te voy a extrañar. Por si acaso la culpa. Nubes otra vez.
Se puso la ropa que dejó afuera de las valijas y bajó corriendo las escaleras a
pesar de las continuas y vanas advertencias de Troy. Pasó por la sala, ese piso la sostendría por última vez hoy. El cuero marrón de los sillones ya no la acunaría si se quedaba sola e insomne a la noche. Los acarició con un amor punzante y abortado. Con rabia Les suspiró un adiós. Se internó en la cocina. Botones accionados por última vez. Esas tazas, la celeste para ella, la blanca para él. Dos de café, nada de azúcar, té con leche y azúcar. Un rito mecánico, resentido por meses, convertido hoy en cariñosa entrega, por una vez que se cae por un precipicio de ausencia de planes y miles de posibilidades abiertas. Apertura a la vida y a los sentidos. No tener por qué justificarse con una borrachera. Troy no iba a llegar a tiempo, porque siempre tarda, él y su vanidad y su espejo y sus ínfulas.
- Se te va a enfriar el café- Como si eso hiciera que baje más rápido.
- Me gusta frío
No importaba tomar el desayuno. Salió al jardín. Tan verde. Eso se quedaría a vivir
en su alma. Un espacio que dejaría de existir en sus mentes dentro de unos meses y quien sabe después. Es hora de que entienda que no necesito alcohol para ser incoherente, gritar y herir de muerte.
¿Y después? Ir en busca de lo que ella quería. No era más que despegarse de su cuerpo y atraparse desde otro cuerpo igual. Poseerse, saborearse, recorrerse infinitamente siguiendo las palpitaciones de su ánimo. Comprobar a qué saben sus besos. Atraparse y levitar junto a ella misma. Que no haya necesidad de decoro, ni de palabras. Sólo leer su propia mente y ejecutar deseos. Era amarse a sí misma. Y creía conocer a alguien así, tan acorde a ella. Y estaba lejos. Un hombre con voz de sábado a la tarde junto al balcón. Se lo había confesado a su amiga Gabi, entre martinis y llanto culposo. Ya no se sentía ella. Volvé. Tenía que volver a ese espacio suyo, tan íntimo, tan libre, tan lleno de palabras escritas con fiebre y desprovisto de todo horario. El tiempo no existe. Sólo lugares. Discontinuos, como el amor. Pero hay una niebla de amnesia sobre… la fría duda le surcó el alma. ¿Y si era verdad que el olvido es primo hermano de la distancia? Pero la distancia disuelve el tiempo, lo torna inocente, volátil, maleable.
Quizás, por culpa de esa vana fantasía decidió que vivir con Troy resultaba quimérico. Un capricho de tiempos pasados, distorsionados por canciones que quedan grabadas en el alma y hacen explotar lágrimas en los ojos.
Y así comenzó el insomnio, la eternidad de los abrazos, la añoranza por una casa que dejaría de existir en cuanto la última caja encintada se fuera, mezclada con la añoranza de un departamento diáfano donde ella podía resurgir, reinventarse, no dar explicaciones y no estar obligada a amar continuamente. Era inevitablemente esperado; partir hacia ese lugar que no sabía si había existido todo aquel tiempo.
Lo vio sentado, conforme y ausente frente a su taza.
- Tengo miedo.- Él la miró y la acarició como si fuera un perrito- Va a ser difícil
estar lejos, y la costumbre. No me quiero despedir.
Se quebró. Se descubrió mirándolo a los ojos. Una voz aprisionada en la garganta aullaba que no se quería ir, que podríamos intentarlo unos meses más. Y hasta ese momento estaba segura de que él necesitaría más consuelo. Insensible, seguro que ya estaba conforme con la ausencia, me va a extrañar en la cama, pero ¿Por qué seguía dándole pena? Por que esos labios eran como estar en casa. En casa. ¿En qué casa? ¿En la de quién? Y cuando las tazas estuvieron limpias, eso ya no era más una casa. Las presencias conforman. Sorda a su garganta y fiel a sus ansias que escaparon salvajemente por fin. Vacía, sin alma. Sus ojos recorrieron cada rincón inanimado y salió dándoles la espalda.
De frente a un futuro incierto a reunirse con lo único que no habría de olvidarla, un departamento lejano y vacío.(2007)