jueves, 17 de septiembre de 2009

Voces

Puedo perdonarte la década infame cubierta de noche oscura y salpicada por estrellas de felicidad esporádica que simboliza el tiempo que te amé sin parangón. Ahora, que te hayas olvidado de mi cumpleaños, ah no! Eso de ninguna manera puedo permitirlo.



Listo, si ya lo había escrito, como siempre le dictaban las voces dentro de su cabeza, no tenía más que hacer que bajar la tapa del inodoro, cerrar la puerta del baño, fijarse que las luces estuvieran apagadas, y meter la cabeza adentro del horno.

Sonó el teléfono. Antes de contestarle a las voces por qué lo atendía, sacó la cabeza del horno y lo atendió.

¿Ahora llama? Tarde.

Es que había partido y jugaba su equipo. Por más que encontrara que los partidos no cumplían ninguna función, era bueno saber que existían porque de alguna manera los hombres están siempre pensando en algo.

Tarde

Desde el otro lado de la línea él le estaba pidiendo perdón de todos los colores.

El muy ruin siempre encuentra una segunda oportunidad. ¿Cuántas segundas oportunidades le había dado ya?

Eso era lo que ella esperaba.

Excusas.

Ruin.



Colgó con los ojos nublados de lágrimas y una sonrisa sonsa.

Acalló esas voces entrometidas en su cabeza, y se preocupó más por lo que pasaba fuera de su cabeza, especialmente en su pelo, que hoy no tenía forma de nada. Claro, si lo había metido adentro del horno. Cubrió la expresión de sus ojos con rimel y delineó lo que era mentira en ellos con mucho negro. Eligió tres combinaciones de prendas diferentes y bailó adelante del espejo, modelándolas, hasta que fuera la hora de verlo y de simular que estaba satisfecha. De simularlo ante él y de convencerse a ella misma.

Soy feliz, soy feliz, no podría estar mejor.

Así se canta la vida en cuanto uno se descubre cuesta abajo.(2009)

domingo, 19 de julio de 2009

Duda

Decidí que las pilas de mis anteojos se habían acabado. Ya no discernía bien y los bordes se tornaban borrosos. Y justamente esa mañana lo vi. Le adjudiqué características erróneas. Pero, ¿y si le cambiaba las pilas a mis anteojos y ya la visión verdadera de las cosas se presentaba, iba él a seguir representando un anhelo más allá de la razón?
Si racionalizo el porqué del deseo irrefrenable hacia él, lo más probable es que desaparezca tal urgencia, ya que cualquier impulso se hace añicos al impactar contra un pensamiento racional. Por lo tanto, si quiero seguir sometiéndome a sus encantos bajo los efectos de su presencia narcótica, debo reconocer que mi percepción del mundo está fuera de foco? (2009)

jueves, 9 de julio de 2009

Bífido.

Listo, le voy a dar este libro, que es lo que me pidió, sin ánimos de segundas intenciones, y nada más. Le voy a regalar una sonrisa, de esas que muestran todos mis dientes, y yo sé que le gustan, porque me mira mucho más concentrada cuando sonrío así. Y nada más. Van a ser 10 minutos como mucho. Y después vamos a volver a ser lo que solíamos ser. Ella mucho más experimentada, envuelta en un halo de misterio, y yo, todo por descubrir, apostándole a lo viejo conocido.
Voy a tocar el portero y me va a atender. Subí. ¿Y si me abre desde arriba y me dice que suba? Voy a tener que enfrentarme a la boca socarrona del ascensor y dejar que su espejo me refleje inseguro y desarmado para una batalla que no tenía planeada. Blandiendo un libro como único escudo, estandarte, excusa.
El vértigo en el pasillo largo y las líneas enceradas del piso me van a marcar un destino ineludible. Tocar otro timbre, sabiendo que ya se está próximo a caer en la trampa. Yo no quería esto. Yo sólo quería prestarle este libro que ella pidió; que en realidad yo le ofrecí y ella aceptó. Entro al living.
Una calidez inesperada me envuelve y no sé muy bien dónde estoy parado. Me siento, entonces. El libro deja de ser un aliado para convertirse en parte del mobiliario que nos rodea.
Sin saber cómo, se presentan vasos llenos de cerveza, diálogo cómodo, miradas que descansan en los ojos del otro.
Una locura. Lo sé, lo internalizo. Esto es una locura. Sus ojos calmos me llevan a perderme allá donde mis códigos pierden sentido. ¿Y por qué no? parece reinar sobre todas las cosas.
Se cuela en nuestra charla…
En la avenida Caseros hay unos restós nuevos, cocina de autor. Divinos. Eso si queres seducir a alguna sujeta.
Restós?
Si, esos lugares en los que te reciben con una copa.
Cuando decís copa, a qué índole de copa te estás refiriendo?
Sólo hay una clase de copa en esos lugares.
¿Puedo decirte una locura?

Me despego de mi cuerpo y me veo levantándome de la silla y caminado por todo su living, con las manos en la cabeza. Es que si te lo digo, voy a quedar como un idiota.
Estoy muy intrigada…
No puedo, no puedo. Dejá, olvidate, es una locura.
Mirá, no me lo digas. Escribilo en este papel. Si a mí me parece una locura, lo tiro y lo olvidamos.
¿Y si no?
Te respondo en el mismo papel.


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Hoy no va a pasar nada. Esa premisa es todo lo que importa cuando se está impaciente. Hoy no se va a dar. Las cartas estarán echadas, las llamadas hechas, todos los requisitos cumplidos, pero eso no va a suceder. No importa que yo lo haya invitado, no importa que le haya sugerido querer verlo con una excusa tangible y poco valedera. Voy a sentarme delante de él. Voy a cruzar las piernas, me voy a respaldar en mi sillón marrón y voy a explicarle que esta noche no es la noche, independientemente de lo que mis ojos le indiquen. Él va a entender. Es tan inocente. Esos ojos no saben mentir aún, él todavía no aprendió el arte de las respuestas condicionadas. Y va a tener que acatar mis reglas, porque en lo que va de nuestra relación, siempre tuvo que hacerlo.
Hasta me di el lujo de retarlo alguna vez. Miles de veces jugué mi carta de persona estricta e inflexible para que él se doblegara. Esa es la faceta de mí que conoce, y no es momento aún de que conozca otra. Hoy sólo me voy a deleitar viéndolo probar mis sillones y mis discos, husmeando entre mis libros y luciendo un cuerpo perturbador pero agobiante al mismo tiempo. Voy a recorrer su sonrisa, el contorno de sus labios, y si se aventura a tocarme, no lo voy a permitir. Parece que tengo la situación bajo control. ¿Por qué me sudan las manos entonces? Debe estar por llegar en cualquier momento. Mejor me cambio estas zapatillas, y… suena el timbre.

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Me tienta poder escribir y dejar todas mis dudas en el campo de lo inefable. Si está escrito, no hace falta que nadie lo diga. Ella es tan comprensiva, tan didáctica. Me deja de dar miedo confesar algo tan febril que se hace cada vez más comprensible a medida de que sus ojos me invitan a la confianza. Hasta pareciera que quisiese que la tocara. Pero aún no me animo, hay un halo de pureza cubriéndola, una barrera que no puedo envilecer.
Dale, abramos otra. No me la imaginaba tomando tanto. Las distancias parecen acortarse. Cualquier cosa me parece una buena idea ya, como siempre entre la segunda y tercera botella.
Yo desconfiaría del hombre sin patillas. Las patillas siempre son señal de hombría de bien
¿Las patillas de quién?

No tengo idea de qué estábamos hablando, pero es increíblemente fácil seguir la conversación y asentir. Me da risa. Me río. Ella también. Es lindo verla reírse tanto. Acerco mi silla al trono donde ella, sólo ella es reina.

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No tengo códigos ni conmigo misma. Me cuesta no imaginármelo en otra situación. Sus ojos están húmedos con ilusión, mis manos no paran de moverse, describiendo ademanes que suplen la falta de contenido en mis palabras. Lleno el aire de más aire para que la tensión no se note. No puedo confiar en mí. Me miento constantemente y sé que no puedo poner las manos en el fuego por lo que pueda llegar a hacer en el lapso de, digamos, dos horas. Decido seguir el recorrido de sus manos, enormes, que se acomodan el cuello de la camisa, descansan sobre un muslo, tamborilean nerviosamente sobre el borde de la mesa. No logro concentrarme en mi cometido. Una vez más voy a recrear dentro de mi mente como será besarlo. Una de sus manos está muy cerca de una de las mías. Su dedo anular está rozando el dorso de mi mano. Lo miro. Sólo una mirada represora debería bastar. No la retira.
¿Qué haces, nene?

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No lo soporté más. En cuanto me desafió a que no la tocara, algo se encendió dentro de mí. Fueron palabras que me dolieron como el frío en la cara apenas se sale a la calle por la mañana. Hoy no va a pasar nada. Pudo haber sido catalogado como bronca, pero había un elemento de lástima por mí mismo. No entendía porqué ponía ella tanta distancia entre nosotros, si ya nos habíamos reído juntos. ¿Es que esas risas compartidas no habían significado nada? Una vez que librara aquel impulso, la justificación me daría mucha vergüenza.
La tomé del brazo y tiré hacia mí. Su cara de sorpresa fue más estimulante que todo su peso sobre mis piernas. Trató de reírse y de zafarse. No sé de dónde saqué tanta fuerza, pero ella estaba inmóvil en mis brazos y ahora no había vuelta atrás.

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Un demonio. Nunca creí que un nene tan inocente alojara semejantes impulsos dentro de su ser. Y la fuerza con la que me aprisionó es inexplicable. Una energía que bien canalizada podría hacer los placeres… pero no puedo pensar en eso ahora. Sus ojos se inundan de ira y una mueca de perversión se dibuja en sus labios. Se materializa ante mi incrédula mirada la razón de todos mis miedos. Él me maneja a su antojo y dejo de ser dueña de mis movimientos. Ya me canso de gritar, hasta que descubro que mi boca está obstruida y respirar se vuelve trabajoso…

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Dejó de moverse. Sus ojos están fijos en un punto en el infinito. ¿Qué no iba a pasar, eh? Perra, esto y todo. La palabra justificación sobrevuela mi mente, busca aterrizar en algún terreno firme, pero no se lo voy a permitir. Por ahora no, estoy muy ocupado poseyendo todo este reino que se me fue negado por tantos años, toda esta infinidad de mujer eterna que supo establecer límites, pero ya no más. Ya no hay límites. Me engolosino con sus curvas y su cara perfecta. Justificación. No hay. Me va a dar vergüenza admitir que la única manera de poseerla era haciendo esto. Un paso ineludible para el gozo extremo. Una condena me espera, condena de dimensiones despreciables comparada con el placer del que me encuentro prisionero. (2009)

lunes, 11 de mayo de 2009

Lorenzo

Something tells me I don't have to go scavenging in the night for another soul

Ante todo, una se enamora de un nombre. Lore, Lori. Con él pasó exactamente eso. Lorenzo era todo nombre. El sonido de su antigüedad resbalaba por la dulzura que le otorgaba la L inicial, pero se veía interrumpida amablemente por la n en el medio. Sin contar la masculina característica que le daba el hecho de que termine en o, algo que se precia sobremanera en cualquier buen nombre de varón.
Había días en que sólo pronunciar su nombre me llenaba de placer. Ensayaba llamarlo, con su diminutivo, haciéndolo más corto. Era una palabra que se apropiaba de mi lengua y de mis labios y se sentía tan cómoda en la boca. Saboreé su nombre mucho antes de inundarme en la cotidianeidad de sus besos.
El modo en que llegó a mi vida no fue simple. Supe de su nombre y de su existencia años antes de que nos presentaran formalmente e intercambiáramos números de teléfono.
Desde ahí, nada fue convencional. Lorenzo de mi corazón, mi nene hermoso, era- para decirlo de manera rápida y efectiva- raro. Me lo repetía gente de mi entorno. Pero ¿qué importaba si no era lo más conveniente para consolidar un futuro con cimientos duraderos? No necesitaba que eso me lo diera un hombre. Yo sólo encontré en él una manera de detener el tiempo y de que la edad dejara de importar.

De todos modos, me daba cuenta de que mi gente no lo trataba con credulidad ni tomaba en serio a mi dulce Lorenzo, dueño absoluto de mis pensamientos. Mi hombre, al que miraban de reojo y levantando las cejas.
Que usara un vaso para rascarse la cabeza, que no supiera
vestirse o que durmiera en el piso tapado con una alfombra eran gestos que me llenaban de algo parecido a lo que algunos denominan ternura, pero del tipo que lentamente muta hacia la incomprensión. Yo sabía que su modo de vivir adolescente era lo que más me obsesionaba de él. Su habilidad para separar la edad de la práctica. A veces, él era tan idealista que yo sentía ciertas mañanas de domingo que estábamos a kilómetros de distancia abrazados en la cama.
- La revolución comienza desde la más tierna infancia. De hecho,
está presente dentro del folklore pedagógico heredado de nuestros antepasados anarquistas italianos y españoles. Si no me creés, escuchá esto: Aserrín Aserrán, los maderos de San Juan, piden pan, no les dan; piden queso les dan hueso, y les cortan el pescuezo.
- Sí, Lori, estoy familiarizada con la ronda infantil.- Miraba cómo
movía sus labios y ya parecía que había pasado una eternidad sin besarlos.
- Perfecto, a lo que voy es que es claramente una canción de
protesta. Se trata de trabajadores oprimidos que piden condiciones de trabajo dignas y mejoras salariales simbolizadas con artículos de consumo básicos como pan y queso, y sólo obtienen represión y violencia.
- Es una brillante interpretación, Lori. Lo que tendrías que hacer
es cerciorarte de qué área geográfica comprende la citada San Juan, y cuál es su relevancia en el canto.
- Son muchos interrogantes.
- Cuando yo cantaba esa canción en el jardín, no sabía lo que era
pescuezo. No la canté hasta que le pregunté a mi mamá lo que quería decir. – Nunca pude aprehender algo que no entendía.
- Bueno, y dentro de la misma línea de pensamiento, podemos
analizar La Farolera.
- Era una prostituta. – le contesté preguntándome si esta charla iba a durar para siempre.
- Pero se enamora de un coronel, dando a entender que sus
hábitos licenciosos son cambiados por una figura de autoridad sistemática, como es un militar. Entonces el mensaje es: con los militares todo lo malo desaparece.
- Me deslumbrás, Lori.- Pensé que lo mejor era vestirme.
- Y uno anda lo más pancho por ahí cantando La Farolera como si
nada. ¡Y se la enseñamos a los chicos! ¡Y ellos no tienen idea de lo que están cantando! Habría que enseñarles cómo repudiar a aquellas figuras de autoridad prepósteras. – tomó agua, se alborotó el cabello y se fue a sentar arriba del escritorio de mi habitación, con aire pensativo y altanero.
Lorenzo era categórico y ácido, se apasionaba a menudo, y no le temblaba el pulso al garabatear leyendas en las paredes de la facultad; una faena riesgosa e innecesaria para mí, una proeza para él.
Idealista e innovador. Un sueño. ¿Pero podía ser yo partícipe de este sueño? Mi tendencia a ser estructurada no me lo permitía.
A veces nos trenzábamos en miradas interminables, tumbados contra la pared de su cuarto, sin hacer nada. Sólo mirándonos a los ojos por minutos engarzados eternamente. Y era siempre yo quien rompía aquél encanto con la prisa que es inherente al primer beso de la noche. Solía desear que no existiera un beso sin aquél preludio ausente y aquel diáfano perderse en el universo del otro.
Yo sólo quería que él me hiciera su prisionera unas tres veces por semana. Quería malcriarlo, verlo dormir y saberme capaz de despertarlo con la mente. Pero a él parecían importarle otras cosas.
- Hoy voy a vivir como predica Kerouac. Sólo voy a tomar
whiskey, estar con amigos y escuchar jazz al tope.
- ¿Y tomar colectivos que no sabés dónde tienen la terminal?
Mi ser racional lo había parado en seco. Su sonrisa desmesurada
se volvió una mueca lastimosa.
- Desde la mente, quise decir.- Vi cómo cerró los ojos, sombrío.
Tardó en volver a sonreír esa tarde. Traté de retomar el tema.
- Para vivir como, por ejemplo, Dean Moriarty, necesitás tener el
concepto de infinitud frente a vos, pastillas y, principalmente, un auto, Lori.
- Tu conocimiento teórico es filoso. Lastima todo lo que pienso.
No sé si me está haciendo bien.
Me sentí devaluada y vacía. Si yo quería ser tan racional, entonces
tenía que renunciar a su adolescencia.
Ahora camino sola por una calle que a él le habría encantado. Yo
sé que hay fuego detrás de sus ojos pasados de moda, e ideas no natas esperando que les demos un futuro dentro de un divagar ahumado, pero me niego a matar a un ser tan puro con teoría fría. Hace meses que ya no sé nada de él.

lunes, 13 de abril de 2009

Hoja en Blanco

Abrí los postigos. No iba a ser un día largo porque su sesión iba a ser la última de la tarde, y después podría dedicarme a leer tomando café hasta que llegue Manuel de trabajar. Esa noche íbamos a ver una banda nueva de jazz que él me había recomendado con mucho entusiasmo. La luz inundó el salón. Mi escritorio de roble se alargaba junto al balcón francés al que yo le daba la espalda ahora para sentarme y acomodar lo que había sobre mi escritorio. Faltaban cinco minutos para la hora de ella, así que saqué mis biromes de la cartera y desprendí mi reloj pulsera para apoyarlo sobre el escritorio.
Hice lugar a un costado para el volumen que estaba leyendo y me paré para ir a mirarme al espejo que estaba colgado al lado de la puerta. Me aseguré de que el moño del cuello de mi blusa estuviera bien armado y retoqué mi lápiz labial. Ya me estaba molestando estar en tacos a esa hora, pero sabía que en tal vez dos horas ya estaría en casa con algo más cómodo que esa falda tubo y esas medias de seda.
Escuché el timbre y a Carmen saludar a alguien. Ya estaba allí. Me acomodé detrás del escritorio, abrí la libreta donde se marcaba el final de la última sesión. Me había olvidado de repasar mis notas para hoy. La primera vez que me pasa. Traté de ignorar este descuido, pero algo se trabó dentro de mí como si un presagio funesto se hubiera activado.
Sus pasos avanzaron hacia mí con la mueca simulada de la puerta entreabierta entre nosotras. Breve y ágil en sus movimientos, cerró la puerta detrás de ella. Se sentó y comenzó.
- Era domingo y todavía tenía sueño. En realidad eran ganas de
acostarme y cerrar los ojos, pero no sé si tenía sueño. Todos me habían dicho si quería que me llamen y charlar. Ya me dolían los ojos de charlar. Me hace llorar. Prefiero que nadie me llame. Es más fácil verme con gente que no tiene nada que ver con todo esto y hablar sobre mis proyectos. Tengo ganas de moverme en otros círculos. Cambiar de ambiente. Tal vez me vaya a otro país, pero no sé, porque es muy caro. El tema es convertirse en algo que trascienda. ¿Por qué no puedo contarle al mundo lo que hago? Todo el mundo lo hace. Hasta los que tienen un banducha en un parque lo hacen. Mierda, no quisiera que me escuchen diciendo todo esto.
Respiró hondo, movió una ceja y retomó el hilo de su monólogo.
- Hay épocas de mi vida que están borradas, y ahora todo esto me hace volver a enfrentarme con, por ejemplo, mi vida cuando tenía 13. Yo sabía que impactaba, que era más que el resto. Pero era un mundo siniestro, yo no era quien quería ser, no me dejaban. Y no me identificaba con nadie. Me dejé estar. Ahora sé que si hubiera encontrado un modelo a seguir o alguien que me alentara en algo más que en los estudios, ahora te estaría hablando desde otro plano. Tal vez ni siquiera te estaría hablando a vos. A ver, ellos tenían 35 casi, y ya eran viejos y amargados. Yo no puedo vivir con esto.
Respiró hondo. Le dolía algo bien adentro pero estaba haciéndole frente. Se la veía derrotada.
- Entonces te contaba del domingo. Me dieron ganas de comprar un frappuccino de avellana, y me lo tuvieron que preparar especialmente, así que me puse a esperar en el negocio y entró alguien. Él me conoció. Me dijo “Me conocés desde que soy así de chiquito.” No tenía idea de quién era. Ni a qué era de mi vida pertenecía. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué viví demasiado? Me ilustró vagamente y lo conocí al fin. Venía del mundo de mis 13 años. De esos años en los que ejercía algún tipo de influencia en otras personas. Y al menos sabía en contra de qué me estaba rebelando. Porque ahora no es claro. No hay arriba ni abajo ya, con todo esto. No sé qué está bien, ni qué está mal. No le quise hablar mucho. Sólo tomé el frappuccino y lo hice mío. No quise averiguar cosas del pasado o de cómo pudo mutar en presente. Me fui aferrada a mi mezcla de helado, crema y café a internarme en mi casa. Ay! Se me durmió el pie. Ahora vienen las cosquillas. Pará, voy a estar un rato hasta que me recupere.
Anoté mientras ella emitía sus quejas combinadas con risitas y se acomodaba mejor en la silla. Se puso seria y no miró ningún punto.
- El problema acá es: llegué a mi casa y quería que esa persona me llamara por teléfono, verlo, contarle de lo que pasó todos estos años. ¿Para qué? ¿Me querés decir para qué? Tenía una camisa a cuadros. ¿Entendés? ¡Era domingo! Pero este inconsciente aliado tuyo me hace estos trucos y obviamente termino queriendo sentarme en mi cocina con un sujeto que hace casi una década que no veo.
Me escudriñó como acusándome de un crimen.
- No me mires así. Ya sé lo que estarás anotando en esa libreta. Que mi frappuccino de avellana es la sublimación o la condensación de mi deseo de estar acompañada por alguien dulce, espumoso y espolvoreado con cacao?!? ¿Eso querés que busque para mi vida? ¿Un tipo corriente? Te voy a romper toda esa libreta y las pavadas que anotás. Vos que tenés tu vida resuelta. ¡Tomá! ¡Estoy harta de rendirte cuentas por cosas que hacen todos! ¡Y cuando creo que estás de mi lado, salís con que estoy a la defensiva, de que nadie tiene la culpa, o que ya se terminó la hora! ¡No tenés razón! ¡No es verdad!
No recuerdo mucho más de aquella última sesión. Sé que la ambulancia llegó en seguida porque el paciente que venía después llamó en cuanto escuchó los gritos.
Según Manuel, mi blusa yacía hecha jirones sobre el piso de parqué y sólo uno de mis zapatos quedó en el consultorio. Además del ventanal hecho trizas y los charcos escarlata originados de mis heridas - ¿o eran también las de ella?- donde teñí mis cabellos a fuerza de resistirme a ser arrojada por el balcón. Lejos, allí, en la vereda se dibujaba la silueta de una mujer que nunca iba a volver a la simple resignación de los 13 años. (2009)

lunes, 23 de febrero de 2009

Tracking (her down)

Esta es una reseña de todo lo que no sé de ella. Ahora que le dijeron que usar vincha le quedaba bien, era común verla con una los domingos. Juraba estar embelesada con “El Padrino”, pero nunca alquiló las secuelas. Sólo se llevó la uno con aire misterioso y convencida de que estaba satisfaciendo una necesidad antigua dentro de su alma de pionera pasada de moda.
La miré mucho la primera vez que vino porque me hizo acordar a Audrey Hepburn, pero sin ese refinamiento tan perjudicial para la voluptuosidad femenina. Sophia Loren cantando con Peter Sellers sería más acorde.
Si la veía venir, era doble la alegría (qué palabra más horrible, nunca está bien visto andar alegre por la vida, es una vergüenza y además uno corre con desventaja, baja la guardia) porque es ley devolver las películas al día siguiente de ser alquiladas. Y por si el cliente (todos despreciables ignorantes, no saben nada de cine, sólo aparecen cuando se nubla y alquilan comedias norteamericanas y cosas de Disney para los chicos, pasando por alto a Kubrick o a Fellini- no sé para qué me gasto en separarlas por director) no llegara a haber internalizado esta norma, siempre lo despido con un “Hasta mañana antes del cierre”. Si se olvida de volver al día siguiente, - yo siempre estoy al día siguiente- bueno, no habría razón, nadie puede olvidarse. ¡Pero lo hacen!
Lucía me cubrió aquel sábado y parece que el clima estuvo espantoso porque hubo muchos alquileres.
- ¿Alguna vez te pasó que no te devolvieron alguna película?
- Claro. Pero por eso anotamos el número de teléfono del cliente.
Y la dirección.
- ¿Y?- su actitud apagada y desapasionada para con la vida me
había cautivado hacia años. Ahora había un tenue rastro de cinismo que aún me recordaba que algo teníamos en común. - ¿Mandás matones?
- No- busqué un encendedor y terminé usando fósforos, que
siempre me dieron pena y encendí un cigarrillo- pero se les puede llamar la atención y pedirles que devuelvan…
- Pero eso no garantiza que te la devuelvan- me interrumpió
descaradamente. No iba a ceder.
- En última instancia se los veda de por vida…
- ¡Vedado!- aulló mofándose- Oh por Dios! He sido vedado del
video club de mi barrio!- Encendió uno ella también, el humo nubló sus anteojos de estudiante aplicada, se acodó sobre el mostrador dejando al descubierto un hombro blanco, resultado de no veranear por años- ¿Y vuelven implorando clemencia?
Decidí que la charla estaba terminada y le pedí la lista de las personas que habían alquilado en mi ausencia. Vi el nombre de ella, la chica de la vincha. Al lado de “Qué he hecho yo para merecer esto?” y “Zoolander”. Esta última, mierda absoluta. Ingrediente esencial en mi concepto de mujer: subestimar su inteligencia. Algo irresistible: que no busque impresionarme.
La había visto días antes, mientras Lucía me comunicaba en frases ingeniosas porqué Alex de la Iglesia la tuvo en vilo toda una semana porque ella trataba de averiguar el secreto detrás del montaje de “800 Balas”- nunca creí que hubiera secreto allí, pero a quién le importa, Lucía es una de esas personas que se desvive por analizar lo que a nadie le interesa analizar, por ser finito y agotable; y yo la miraba a ella buscando una película con su amiga. Pasaban por alto los clásicos, señalando algunos sólo para acompañarlos de comentarios como “Ésta me la hizo mirar mi abuela tres mil veces,” o “Mirá, la que parodian en los Simpsons.” Se detenían con ojos incrédulos y unos tintes más rosados de lo normal al pasar por la sección de eróticas, y esbozaban comentarios poco favorables ante los títulos icónicos. “Uh, esta la miré para la facultad, dura mil horas y no pasa nada, son todos chinos con cara de preocupación y llueve todo el tiempo.” Rashomón. Japonesa. Kurosawa. 1950.
Y al otro día volvió, como dictamina mi ley profética. Se quedó mirándome después de que tomé la película envuelta en la reglamentaria bolsa de forropol turquesa con la que mis películas viajan fuera de mi negocio y esperó ahí parada- no sé qué espera, sinceramente- hasta que le dije “Listo, ya está. Gracias.”
Pero volvamos al tiempo presente. Ella había alquilado el día anterior dos películas. Ya eran las 8: 30 p.m. y Lucía no se iba a falta de algo mejor que hacer. Afuera estaba nublado.
- El señor que se parece a Macri, el del edificio negro, no vino
todavía.
- Ese nunca cae antes de las 9. Hoy domingo va a ir a comprar
pizza y va a pasar más tarde. – Miré el reloj y puse un disco de Sui Generis para ver si los nervios se aplacaban.
- También vino el chico flaquito de anteojos. Preguntó por una pero creo
que no la tenés.- Estaba harto de ese individuo. Sólo existía para reclamar cosas no editadas en el país, o aún peor, las pedía en inglés, idioma que es fácilmente sospechable y por lo tanto inútil aprender, para luego decirme cosas como “ah, la deben haber traducido mal, porque en el idioma original se llama…” Lo recuerdo agitándose – asmático- tratando de explicarme la urgencia con la que debía ver algo que concluí se había traducido como “Reflejos en un Ojo Dorado” (1967, Liz Taylor, Marlon Brando), basada en la novela del mismo nombre de Carson Mc Cullers, autora que él insiste en llamar Lula Carson Smith. ¿Para qué se trenza en discusiones intrincadas, para luego llevarse “Bladerunner”, haciéndome jurar que esa copia incluía los cortes del director? Sinceramente, ese tipo de cliente, que juega a saber de películas, también me enerva.
- La señora mal teñida alquiló ayer también. Mirá, “Flores de
Acero”.
- Mmm- No me interesaba. Estaba anonadado al
enterarme de que me desesperaba por volver a ver a la chica de la vincha. Era patético. La imaginé en su casa. Despreocupada, rojo en las paredes, dorado en los muebles, piernas largas asomándose por debajo de su bata. Un interlocutor. ¿Eso la estaba deteniendo?
Decidí salir un momento que sería corto porque la idea de que mi reino pasara tiempo sin mi presencia hegemónica no me dejaba tranquilo. Lucía entendió que debía hacerse cargo del negocio. Estaba soplando un viento poco auspicioso, se estaba nublando más. Es imposible olvidarse de que hay una película sin devolver sobre el aparato reproductor de DVD, una frase poco feliz, pero ¿hay otra manera de llamarlo? Una película ajena late sobre el aparato. Destella una luz alarmante que dicta en las profundidades del cerebro: ¡Atención! ¡Devolver!
Se proyecta una duda en el entendimiento del ser humano obsesivo: ¿Puedo terminar el día por hoy y cerrar la puerta con llave, o hay algo más que deba hacer en el mundo exterior?
No puedo entender que el cerebro de ella no formule estas cuestiones. Me dirigí al negocio otra vez y busqué su dirección. Lo único que la debe estar deteniendo es un crimen. Ella es la víctima y yo el encargado de esclarecerlo.
- Lo que tanto temía- me dijo Lucía cínica. – Estoy a punto de
verte en acción. ¿Puedo traer pochoclo? – La miré, bufé y decidí llevarme el teléfono a la trastienda.
Naturalmente, nadie atendió.
Ahí estaba. Mi mente batallaba contra la idea de que hubiera
salido, acompañada de un sujeto alto, barbudo tal vez, con manos fuertes y un cuerpo sacado de una película barata de amor Hollywoodense. O que simplemente se negara a atender el teléfono porque sus manos estaban ocupadas con algo más interesante… Colgué de golpe y volví a salir.
Ella vivía a la vuelta de mi negocio. El portero me abrió la puerta. Hubo algo en la mirada del hombre que comprendió que mi interés por entrar al edificio sólo abrigaba una causa noble y heroica. No tengo porqué revelar aquí las claves que comparten los porteros con los comerciantes del barrio.
No funcionaba el ascensor. Mientras subía piso tras piso, luchando con las escaleras, todo se reproducía vívidamente detrás de mis ojos, en ese cine privado que tenemos en la mente. La puerta rota, marcas de golpes en las paredes. Cuadros estrellados contra el piso, sillas volteadas. Las lámparas desgarradas y un centenar de libros desparramados en la alfombra. Sintiendo náuseas proseguiría hacia las habitaciones. Un rastro de vasos hechos trizas me marcaría el itinerario del asaltante y posible homicida, y sería evidencia del forcejeo previo. La cama revuelta y un bulto inerte. Tomaría coraje de la petaca de whiskey que traía en el bolsillo- ¿La tenía hoy conmigo? – me cercioré de que así fuera entre el cuarto y el quinto piso.
No la tenía.
Iba a tener que enfrentarme con la realidad despiadadamente sobrio.
Inerte. Con los ojos abiertos hacia el ventanal. Había manchas de sangre en la pared sobre la cabecera. Y su bata hecha jirones. La cara interna de sus muslos estaba amoratada, y tenía magulladuras en el mentón. Entendí que había sido imposible devolver las películas para ella. Escudriñé el cuerpo un poco más de cerca y divisé marcas de dedos en su garganta. Le acaricié la tráquea con la ceremonia con la que se despiden a los héroes de guerra, y tal vez por única vez le dediqué una mirada dulce. Un golpe en la puerta me obligó a volver hacia la sala.
Dos policías me estaban apuntando con armas y gritando cualquier clase de frases incoherentes, que según mi experiencia, sólo tenían como objeto que levantara las manos y me quedara quieto.
Ahora comprendía. Esto era una redada. ¡Creían que yo había cometido aquella aberración!
- ¡Esto es un error! Yo sólo vine a buscar unas películas…- era
una pésima trama hasta para ser inventada espontáneamente mientras subía las escaleras de un edificio.
Llegué a la puerta de su departamento, con las manos húmedas y
la garganta hecha un nudo. Toqué el timbre. Sonó. Vacuo, como siempre que no hay nadie. Cuando hay gente el timbre suena distinto.
Esperé. No quería darme por vencido.
Tuve que hacerlo al cabo de 15 eternos minutos, en los que mis manos volvieron a secarse, pero al mismo tiempo una ira ciega me inundó. Mis películas estaban dentro de aquél departamento, y yo allí afuera, sin una orden de allanamiento. Ese tendría que ser un derecho inalienable de los propietarios de video clubs.
Derrotado, bajé las escaleras. El viento me recibió de vuelta en la calle y furioso volví a mi negocio.
- Qué bueno que volviste- me saludó Lucía- Pedí pizza.- Ni la
miré. Deseaba estar solo. Sin dejar que mi mal humor la afectara, continuó. – Hubo devoluciones. – Levantó dos películas para que yo las viera. “Qué he hecho yo para merecer esto?” y “Zoolander.”
- Vino la chica esa de la vincha. Pero no tenía vincha hoy.
Estaba apurada se ve, porque dejó las películas sobre el mostrador y salió corriendo. Creo que la esperaba alguien afuera. Un rubio con barba.
Comencé a apagar las luces. Igualmente, ya era hora de cerrar. (2009)

viernes, 23 de enero de 2009

Rituales

“Imaginó a todos los hombres que alguna vez la habían hecho perder el sueño dentro de un avión.
Se vio dándole la bienvenida a bordo a aquél grupo de hombres desencajados que se miraban entre ellos y comprobaban nerviosos que los cinturones de seguridad estaban atascados.
- Vamos a pasar La Novicia Rebelde una vez más antes de despegar, en tal vez el último viaje de sus vidas…
Sus caras de terror se exageraban mientras luchaban en vano por abrir los broches
de los cinturones de seguridad.
- … a menos que , por supuesto, alguno de ustedes …- su mirada recorrió cada
rostro atemorizado : el ex que no quiso volver, el amante que se negaba a llamar, el habitué de un bar con el que no se había concretado nada jamás, el amor de verano, el extranjero olvidadizo, el escritor mentiroso, el actor pagado de sí mismo, el demasiado joven, el demasiado ocupado…- sí, estaban todos allí.- …alguno de ustedes pronuncie las palabras mágicas, pero con sentimiento! Esas palabras que han de salvar a todos.
Nadie respondió, el terror los paralizaba.
- Y esas palabras son: Te amo, casémonos”
El ruido de la calle la hizo volver en sí. Este septiembre no iba a ser como los
anteriores. Ella se sentía renacer y volver a enamorarse era un paso obligado. Igualmente ahora no era lo mismo.
Se estaba ilusionando con algo que ya quedaba lejos de su alcance. Hacia atrás. Un atisbo de duda la alejó de sus habituales ensoñaciones y sonrisas sin causa. Se percató verdaderamente de que él corría con ventaja y que ella era la afortunada y no al revés. Al revés, como había pasado siempre. Ella había sido quien acompañaba a sujetos por debajo de su nivel, y en cuanto comenzaba a frecuentarlos sabía que los dejaría al poco tiempo. Era tan fácil verles lo patético a los hombres.
Sin embargo, ahora no dejaba de hablar de él – con menos autoridad que ímpetu- y sus amigas ya se quejaban de que sólo repetía frases.
¿Qué estaba tratando de afirmar?
Es aceptarlo y tratar de que mejore. La condición bajo la cual la neurosis desaparece. Tal vez este septiembre/octubre no me halle etérea por calle y siendo el blanco de miradas suplicantes y embelesadas en el trayecto de casa al trabajo. Se anhelaba diáfana, pero las condiciones no estaban dadas y el ser mustia le sentaba mejor.
Entonces era lógico que imágenes o ideas como la del avión - ¡Qué delicia, qué obra de arte!- explotaran en su mente para darle más placer.
“Arreglos florales” – cartel en florería.
Una corona es un arreglo floral. Sólo si tuviera mucha plata. 6to C y dos días antes de ser atacado ferozmente por mis matones a sueldo. ¡Qué placer! Que se entere de que fui yo sería un adicional que no estorbaría en lo absoluto. Funestamente, seguro.
Pero tal vez no quiere aceptar la corona. No importa; no sería un regalo (nadie nunca recibe una corona y además tiene derecho sobre ella; él tendría ese honor. Si decide hacer uso de ese derecho, ya que no sería difunto aún, sea) Sólo constituiría una advertencia. Sólo si sabía leerla, interpretarla. De otro modo, sólo serían dos hechos aislados.
Y ahora sólo se le representan imágenes que si las viera en televisión le causarían náuseas, y espera no vivir jamás, qué es esa entrega tan poco egoísta? no, ella no era así.
Imágenes de una tragedia que lo tenga a él – el elegido por ahora- de protagonista y a ella cumpliendo un papel primordial en su salvación y así afianzar su relación delante quienes los conozcan.
Ensoñándose con nada. Así se pasaba octubre, dándose la cabeza con la pared y sintiéndose deseada por un millón de hombres equivocados.
Ella le salva la vida – hay música de fondo como en las películas, hasta se imagina las canciones- dándoles órdenes a todos de cómo proceder.
- Te golpeaste la cabeza, sabes? – Una vez que él recobra el sentido. Rol de
madre y geisha de un casi niño, a veces hombre que se nos muestra tan etéreo como deleitable y tal vez, quizás cuándo, nos besa.
¿Y a quién no le gusta ser la mujer más importante en la vida de un hombre hasta
asegurarse de que no pueda vivir sin una? – Y vivir con eso? Ni loca.
Ese era el problema de este octubre; no lo veía necesitándola como otros años para deslumbrar con el brillo de una atracción verdadera.
Este ciclo de seguimiento de etapas se estaba desenvolviendo de manera tan lenta.
¿Se estarán alargando los ciclos?
Mejor seguir caminando hasta la parada y dejar de flotar en una realidad alterna que nos provoca sonreírle a los perros por la calle y emocionarse hasta las lágrimas sin razón. (2008)

lunes, 19 de enero de 2009

Exeunt Solitude

Un monumento de palabras. She is a well- wisher and she wishes you well; wish away, wish away...


Odiaba que le secaran las lágrimas. Este llanto es mío; yo sé manejarlo. Yo puedo hacerlo fluir hasta que toque la tierra e inunde este cuarto mal iluminado.
Se volvió para darle la espalda. Él la enfrentó, con los ojos llenos de devoción y pena.
Estaban los hombres que dejan que llores, sin inmutarse y recién cuando ven que tu llanto muere, se dignan a acercarse y hablar. Otros te estrangulan en un abrazo contenedor y te ordenan parar de llorar.
Él sólo la miró y con un pañuelo le secó aplicadamente cada una de las lágrimas que reventaban en los ángulos de su mirada, sin dejarlas resbalar y hacerse más tenues a lo largo del rostro.
Lejos de sentir pena por mí misma o por mi aflicción, sólo me enrosqué en pensamientos típicos de mi inseguridad- independencia. Dejarlo, así como estoy haciendo, que me seque las lágrimas es darle el poder de acabar algo que yo comencé; algo que quizás yo decidí que durara para siempre. Y él lo estaba deteniendo.
Él estaba coaccionando mi angustia. Él estaba dictaminando dónde termina. Y se estaba llevando mis lágrimas. No me está ordenando que no llore, sólo que él ahora era el dueño de las consecuencias.
Le cedió el poder.
Se sintió desnuda.
Las lágrimas solían hacer las veces de escudo o repelente, una cortina indescifrable que invitaba a los hombres a volver más tarde o simplemente a alejarse del todo. Y ella se resguardaba detrás de esa coraza- disfraz que tanta paz le daba una vez que se encontraba sola. Porque las lágrimas llegan sólo cuando una sabe que estará mejor sola.
¿Qué haría ahora que él estaba participando activamente de sus lágrimas?
Ya no habría lugar donde pudiera resguardarse sola. (2009)