Un monumento de palabras. She is a well- wisher and she wishes you well; wish away, wish away...
Odiaba que le secaran las lágrimas. Este llanto es mío; yo sé manejarlo. Yo puedo hacerlo fluir hasta que toque la tierra e inunde este cuarto mal iluminado.
Se volvió para darle la espalda. Él la enfrentó, con los ojos llenos de devoción y pena.
Estaban los hombres que dejan que llores, sin inmutarse y recién cuando ven que tu llanto muere, se dignan a acercarse y hablar. Otros te estrangulan en un abrazo contenedor y te ordenan parar de llorar.
Él sólo la miró y con un pañuelo le secó aplicadamente cada una de las lágrimas que reventaban en los ángulos de su mirada, sin dejarlas resbalar y hacerse más tenues a lo largo del rostro.
Lejos de sentir pena por mí misma o por mi aflicción, sólo me enrosqué en pensamientos típicos de mi inseguridad- independencia. Dejarlo, así como estoy haciendo, que me seque las lágrimas es darle el poder de acabar algo que yo comencé; algo que quizás yo decidí que durara para siempre. Y él lo estaba deteniendo.
Él estaba coaccionando mi angustia. Él estaba dictaminando dónde termina. Y se estaba llevando mis lágrimas. No me está ordenando que no llore, sólo que él ahora era el dueño de las consecuencias.
Le cedió el poder.
Se sintió desnuda.
Las lágrimas solían hacer las veces de escudo o repelente, una cortina indescifrable que invitaba a los hombres a volver más tarde o simplemente a alejarse del todo. Y ella se resguardaba detrás de esa coraza- disfraz que tanta paz le daba una vez que se encontraba sola. Porque las lágrimas llegan sólo cuando una sabe que estará mejor sola.
¿Qué haría ahora que él estaba participando activamente de sus lágrimas?
Ya no habría lugar donde pudiera resguardarse sola. (2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario