lunes, 13 de abril de 2009

Hoja en Blanco

Abrí los postigos. No iba a ser un día largo porque su sesión iba a ser la última de la tarde, y después podría dedicarme a leer tomando café hasta que llegue Manuel de trabajar. Esa noche íbamos a ver una banda nueva de jazz que él me había recomendado con mucho entusiasmo. La luz inundó el salón. Mi escritorio de roble se alargaba junto al balcón francés al que yo le daba la espalda ahora para sentarme y acomodar lo que había sobre mi escritorio. Faltaban cinco minutos para la hora de ella, así que saqué mis biromes de la cartera y desprendí mi reloj pulsera para apoyarlo sobre el escritorio.
Hice lugar a un costado para el volumen que estaba leyendo y me paré para ir a mirarme al espejo que estaba colgado al lado de la puerta. Me aseguré de que el moño del cuello de mi blusa estuviera bien armado y retoqué mi lápiz labial. Ya me estaba molestando estar en tacos a esa hora, pero sabía que en tal vez dos horas ya estaría en casa con algo más cómodo que esa falda tubo y esas medias de seda.
Escuché el timbre y a Carmen saludar a alguien. Ya estaba allí. Me acomodé detrás del escritorio, abrí la libreta donde se marcaba el final de la última sesión. Me había olvidado de repasar mis notas para hoy. La primera vez que me pasa. Traté de ignorar este descuido, pero algo se trabó dentro de mí como si un presagio funesto se hubiera activado.
Sus pasos avanzaron hacia mí con la mueca simulada de la puerta entreabierta entre nosotras. Breve y ágil en sus movimientos, cerró la puerta detrás de ella. Se sentó y comenzó.
- Era domingo y todavía tenía sueño. En realidad eran ganas de
acostarme y cerrar los ojos, pero no sé si tenía sueño. Todos me habían dicho si quería que me llamen y charlar. Ya me dolían los ojos de charlar. Me hace llorar. Prefiero que nadie me llame. Es más fácil verme con gente que no tiene nada que ver con todo esto y hablar sobre mis proyectos. Tengo ganas de moverme en otros círculos. Cambiar de ambiente. Tal vez me vaya a otro país, pero no sé, porque es muy caro. El tema es convertirse en algo que trascienda. ¿Por qué no puedo contarle al mundo lo que hago? Todo el mundo lo hace. Hasta los que tienen un banducha en un parque lo hacen. Mierda, no quisiera que me escuchen diciendo todo esto.
Respiró hondo, movió una ceja y retomó el hilo de su monólogo.
- Hay épocas de mi vida que están borradas, y ahora todo esto me hace volver a enfrentarme con, por ejemplo, mi vida cuando tenía 13. Yo sabía que impactaba, que era más que el resto. Pero era un mundo siniestro, yo no era quien quería ser, no me dejaban. Y no me identificaba con nadie. Me dejé estar. Ahora sé que si hubiera encontrado un modelo a seguir o alguien que me alentara en algo más que en los estudios, ahora te estaría hablando desde otro plano. Tal vez ni siquiera te estaría hablando a vos. A ver, ellos tenían 35 casi, y ya eran viejos y amargados. Yo no puedo vivir con esto.
Respiró hondo. Le dolía algo bien adentro pero estaba haciéndole frente. Se la veía derrotada.
- Entonces te contaba del domingo. Me dieron ganas de comprar un frappuccino de avellana, y me lo tuvieron que preparar especialmente, así que me puse a esperar en el negocio y entró alguien. Él me conoció. Me dijo “Me conocés desde que soy así de chiquito.” No tenía idea de quién era. Ni a qué era de mi vida pertenecía. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué viví demasiado? Me ilustró vagamente y lo conocí al fin. Venía del mundo de mis 13 años. De esos años en los que ejercía algún tipo de influencia en otras personas. Y al menos sabía en contra de qué me estaba rebelando. Porque ahora no es claro. No hay arriba ni abajo ya, con todo esto. No sé qué está bien, ni qué está mal. No le quise hablar mucho. Sólo tomé el frappuccino y lo hice mío. No quise averiguar cosas del pasado o de cómo pudo mutar en presente. Me fui aferrada a mi mezcla de helado, crema y café a internarme en mi casa. Ay! Se me durmió el pie. Ahora vienen las cosquillas. Pará, voy a estar un rato hasta que me recupere.
Anoté mientras ella emitía sus quejas combinadas con risitas y se acomodaba mejor en la silla. Se puso seria y no miró ningún punto.
- El problema acá es: llegué a mi casa y quería que esa persona me llamara por teléfono, verlo, contarle de lo que pasó todos estos años. ¿Para qué? ¿Me querés decir para qué? Tenía una camisa a cuadros. ¿Entendés? ¡Era domingo! Pero este inconsciente aliado tuyo me hace estos trucos y obviamente termino queriendo sentarme en mi cocina con un sujeto que hace casi una década que no veo.
Me escudriñó como acusándome de un crimen.
- No me mires así. Ya sé lo que estarás anotando en esa libreta. Que mi frappuccino de avellana es la sublimación o la condensación de mi deseo de estar acompañada por alguien dulce, espumoso y espolvoreado con cacao?!? ¿Eso querés que busque para mi vida? ¿Un tipo corriente? Te voy a romper toda esa libreta y las pavadas que anotás. Vos que tenés tu vida resuelta. ¡Tomá! ¡Estoy harta de rendirte cuentas por cosas que hacen todos! ¡Y cuando creo que estás de mi lado, salís con que estoy a la defensiva, de que nadie tiene la culpa, o que ya se terminó la hora! ¡No tenés razón! ¡No es verdad!
No recuerdo mucho más de aquella última sesión. Sé que la ambulancia llegó en seguida porque el paciente que venía después llamó en cuanto escuchó los gritos.
Según Manuel, mi blusa yacía hecha jirones sobre el piso de parqué y sólo uno de mis zapatos quedó en el consultorio. Además del ventanal hecho trizas y los charcos escarlata originados de mis heridas - ¿o eran también las de ella?- donde teñí mis cabellos a fuerza de resistirme a ser arrojada por el balcón. Lejos, allí, en la vereda se dibujaba la silueta de una mujer que nunca iba a volver a la simple resignación de los 13 años. (2009)