Miranda se levantó y se sorprendió de que la casa estuviera tan silenciosa. Se frotó los ojos y bajó de la cama pisoteando muñecas, pantuflas y ositos. Caminó bostezando por el pasillo. El rumor de la radio se iba haciendo más grave mientras se aproximaba a la luz amarilla que venía de la cocina. Su madre estaba atareada, entregada a una misteriosa faena que Miranda no podía ver desde sus 5 años.
- ¡Buenos días! ¿Querés tomar algo?
- No.- miró a su alrededor, evaluando todo, sintiendo celos de todas las horas que
su madre había pasado ahí sin ella. – No me despertaste.
- Estabas durmiendo…
- ¡Por eso!- Se impacientó y arrojó al vacío de la cocina una cuchara que se
asomaba desde el borde de la mesada. Su madre la miró.
- Miranda, tenés el mismo carácter de la Tía Sari cuando se levanta. – Se agachó
a buscar la cuchara. – Así no me estás ayudando.
- ¡Yo no me quiero parecer a la Tía Sari!- El fastidio era lógico.
- Claro, mi amor, nadie se quiere parecer a la Tía Sari. ¿Me querés ayudar?
- Sí
- Bueno, fijate si vino el sodero.
Perplejidad. Los mayores y su manía de dar por sentado el significado de las
palabras. Primero pensó en preguntarle si el sodero estaba en casa en ese momento. Exploró los pasillos, hasta ese pasillo que va al cuarto de los cachivaches que le daba miedo. No vio al sodero. De hecho, no sabía muy bien qué esperar, ya que nunca había visto al sodero. Seguramente sería un señor con bigotes y hasta anteojos. Se quedó parada en el pasillo, mirando el piso. Estaba perdida. Pero no quiso preguntar, porque quería ayudar. Y preguntando no se ayuda. Así que se dirigió al teléfono. Por lo general cuando los grandes tenían una duda, la descargaban contra uno de esos aparatos con tantos botones tentadores.
Levantó el tubo. El tono le molestó.
- ¿Qué hacés ahí, Miranda? Te dije que fueras a la puerta a ver si vino el
sodero…
Error. Grave error. Nunca se había mencionado una puerta en la consigna. Miranda dejó el tubo, triunfante porque había encontrado una respuesta al levantarlo, sin necesidad de preguntar, y corrió a la puerta. Llegó y la miró. Era enorme. Y seguramente pesada. No se acordaba de haberla abierto sola antes. Se estiró y accionó el picaporte. Una ráfaga de viento fantasma, de esas que corren misteriosamente por los pasillos se coló en el hall, y casi le sacó la puerta de las manos a Miranda, que tiró con todas sus fuerzas para dejarla abierta.
La ráfaga se calmó y apoyó la puerta contra la pared. Miró hacia el pasillo. Lo único que se veía era la línea de luz que se colaba por debajo de la puerta del departamento C, allá a lo lejos, pero la penumbra no era tan espesa como para no notar si ahí había un sodero.
Con la satisfacción de una misión cumplida, y sin reparar en cerrar la pesada puerta otra vez, porque el impulso de anunciar que la misión fue un éxito es más poderoso que terminarla, Miranda vociferó.
- No, no está el sodero.
- ¿Te fijaste si están los sifones?
Esto ya rozaba la falta de respeto. ¿Qué es eso de agregar elementos a la misión cuando una ya está saboreando los laureles de la victoria? ¿Ahora sifones también?
Los vio, orgullosos, en fila como pingüinos junto al marco de la puerta. Sí, ahí estaban.
- ¿Están o no están? – su madre seguía el progreso de la empresa desde la
cocina.
- Sí, están.
- Bueno, traelos.
Miranda los arrastró hasta la cocina.
- Dejalos ahí- le señaló un rincón al lado de la heladera. – Muy bien. Ahora llevá
esos dos que están vacíos y dejáselos al sodero.- Miranda no lo podía creer. ¿No le había aclarado ya que el sodero no estaba ahí afuera? Pero no quiso preguntar por miedo a que la misión se volviera más complicada. Le pareció que lo más lógico que podía hacer, que para nada coincidiría con lo que su madre creyera lógico, era dejar los sifones vacíos en el mismo lugar en dónde había encontrado los llenos.
La ráfaga de viento en el pasillo la transportó. Sí, me dijo que se los deje ahí afuera.
- Está mal. Los soderos jamás pasan dos días seguidos.
- Sí, Miranda, es verdad. Te debés estar acordando mal.
- No, les juro que al otro día pasó el sodero, si hasta mi mamá me dio plata para que…
- Ah, la relación sodero-cliente es un vínculo sagrado.
- El sodero no existe más
- ¿Cómo que no existe más?
- Es un personaje mitológico.
- Bueno, eso es lo que yo creía cuando era chica, como que vivía debajo de los
sifones. No entendía muy bien.
- No hay nada qué explicar. Es mentira, el sodero no es nadie. Nadie los vio
nunca.
- Pero ¿Cómo explicas la presencia de soda en un hogar?
- Supermercados.
Cerró la puerta con dificultad y el sodero ocupó su mente mientras almorzaba mirando la tele, mientras vaciaba el contenido de su habitación en el pasillo para jugar, y mientras pintaba con acuarela en el piso del comedor.
Mientras su madre preparaba la cena, sin que nadie lo sugiriera, volvió a mencionarlo.
- Ya que sos mi secretaria oficial con este asunto, ¿no me querés hacer un
favor más? – Las palabras secretaria y oficial la llenaron de orgullo.
- Ponele esto al sodero.
Miranda tomó el billete con la prestancia que requieren estas situaciones, abrió la
puerta y lo dejó abajo de los sifones. Las preguntas que cruzaron su mente deben haber sido ruidosas, porque su madre la vio entrar y le regaló una explicación de esas que tanto le había mezquinado durante el día.
- Mañana, el sodero deja sifones llenos y se lleva la plata.
Miranda abrió los ojos más grandes, y lo único que pudo imaginar fue que un hombre con bigotes y hasta anteojos vivía debajo de los sifones y los llenaba desde ahí.
Habría que seguir simulando. Un secreto le cruzó los ojos. Y vio todo tan claro. Las etapas de la historia correspondían perfectamente a las etapas de la vida de un hombre. Miranda ahora mismo estaba parada en el Renacimiento de su vida. Casi 14 años. Era la época en la que iba a volver a los mitos de la Edad Antigua, como el del sodero, para reformularlos y hacerlos célebres otra vez. La Edad Media de su pre pubertad la había acallado por medio de vergüenza y miedo al ridículo. Ahora ella se sentía el centro de su universo; volvería a las fuentes clásicas para abrirse caminos y encontrar respuestas. Pero nada se podía decir. No estaba segura de que su teoría fuera bienvenida entre sus pares. Sólo silencio y confundirse con el montón. El secreto consagra y esclaviza. Tal vez, con la primera adolescencia viniera la Era de la Razón, y entonces allí, antes de que el Romanticismo la ciegue de ira contra las instituciones y dogmas, podría exponer su teoría. Sólo sonrió.
(2008)
- ¡Buenos días! ¿Querés tomar algo?
- No.- miró a su alrededor, evaluando todo, sintiendo celos de todas las horas que
su madre había pasado ahí sin ella. – No me despertaste.
- Estabas durmiendo…
- ¡Por eso!- Se impacientó y arrojó al vacío de la cocina una cuchara que se
asomaba desde el borde de la mesada. Su madre la miró.
- Miranda, tenés el mismo carácter de la Tía Sari cuando se levanta. – Se agachó
a buscar la cuchara. – Así no me estás ayudando.
- ¡Yo no me quiero parecer a la Tía Sari!- El fastidio era lógico.
- Claro, mi amor, nadie se quiere parecer a la Tía Sari. ¿Me querés ayudar?
- Sí
- Bueno, fijate si vino el sodero.
Perplejidad. Los mayores y su manía de dar por sentado el significado de las
palabras. Primero pensó en preguntarle si el sodero estaba en casa en ese momento. Exploró los pasillos, hasta ese pasillo que va al cuarto de los cachivaches que le daba miedo. No vio al sodero. De hecho, no sabía muy bien qué esperar, ya que nunca había visto al sodero. Seguramente sería un señor con bigotes y hasta anteojos. Se quedó parada en el pasillo, mirando el piso. Estaba perdida. Pero no quiso preguntar, porque quería ayudar. Y preguntando no se ayuda. Así que se dirigió al teléfono. Por lo general cuando los grandes tenían una duda, la descargaban contra uno de esos aparatos con tantos botones tentadores.
Levantó el tubo. El tono le molestó.
- ¿Qué hacés ahí, Miranda? Te dije que fueras a la puerta a ver si vino el
sodero…
Error. Grave error. Nunca se había mencionado una puerta en la consigna. Miranda dejó el tubo, triunfante porque había encontrado una respuesta al levantarlo, sin necesidad de preguntar, y corrió a la puerta. Llegó y la miró. Era enorme. Y seguramente pesada. No se acordaba de haberla abierto sola antes. Se estiró y accionó el picaporte. Una ráfaga de viento fantasma, de esas que corren misteriosamente por los pasillos se coló en el hall, y casi le sacó la puerta de las manos a Miranda, que tiró con todas sus fuerzas para dejarla abierta.
La ráfaga se calmó y apoyó la puerta contra la pared. Miró hacia el pasillo. Lo único que se veía era la línea de luz que se colaba por debajo de la puerta del departamento C, allá a lo lejos, pero la penumbra no era tan espesa como para no notar si ahí había un sodero.
Con la satisfacción de una misión cumplida, y sin reparar en cerrar la pesada puerta otra vez, porque el impulso de anunciar que la misión fue un éxito es más poderoso que terminarla, Miranda vociferó.
- No, no está el sodero.
- ¿Te fijaste si están los sifones?
Esto ya rozaba la falta de respeto. ¿Qué es eso de agregar elementos a la misión cuando una ya está saboreando los laureles de la victoria? ¿Ahora sifones también?
Los vio, orgullosos, en fila como pingüinos junto al marco de la puerta. Sí, ahí estaban.
- ¿Están o no están? – su madre seguía el progreso de la empresa desde la
cocina.
- Sí, están.
- Bueno, traelos.
Miranda los arrastró hasta la cocina.
- Dejalos ahí- le señaló un rincón al lado de la heladera. – Muy bien. Ahora llevá
esos dos que están vacíos y dejáselos al sodero.- Miranda no lo podía creer. ¿No le había aclarado ya que el sodero no estaba ahí afuera? Pero no quiso preguntar por miedo a que la misión se volviera más complicada. Le pareció que lo más lógico que podía hacer, que para nada coincidiría con lo que su madre creyera lógico, era dejar los sifones vacíos en el mismo lugar en dónde había encontrado los llenos.
La ráfaga de viento en el pasillo la transportó. Sí, me dijo que se los deje ahí afuera.
- Está mal. Los soderos jamás pasan dos días seguidos.
- Sí, Miranda, es verdad. Te debés estar acordando mal.
- No, les juro que al otro día pasó el sodero, si hasta mi mamá me dio plata para que…
- Ah, la relación sodero-cliente es un vínculo sagrado.
- El sodero no existe más
- ¿Cómo que no existe más?
- Es un personaje mitológico.
- Bueno, eso es lo que yo creía cuando era chica, como que vivía debajo de los
sifones. No entendía muy bien.
- No hay nada qué explicar. Es mentira, el sodero no es nadie. Nadie los vio
nunca.
- Pero ¿Cómo explicas la presencia de soda en un hogar?
- Supermercados.
Cerró la puerta con dificultad y el sodero ocupó su mente mientras almorzaba mirando la tele, mientras vaciaba el contenido de su habitación en el pasillo para jugar, y mientras pintaba con acuarela en el piso del comedor.
Mientras su madre preparaba la cena, sin que nadie lo sugiriera, volvió a mencionarlo.
- Ya que sos mi secretaria oficial con este asunto, ¿no me querés hacer un
favor más? – Las palabras secretaria y oficial la llenaron de orgullo.
- Ponele esto al sodero.
Miranda tomó el billete con la prestancia que requieren estas situaciones, abrió la
puerta y lo dejó abajo de los sifones. Las preguntas que cruzaron su mente deben haber sido ruidosas, porque su madre la vio entrar y le regaló una explicación de esas que tanto le había mezquinado durante el día.
- Mañana, el sodero deja sifones llenos y se lleva la plata.
Miranda abrió los ojos más grandes, y lo único que pudo imaginar fue que un hombre con bigotes y hasta anteojos vivía debajo de los sifones y los llenaba desde ahí.
Habría que seguir simulando. Un secreto le cruzó los ojos. Y vio todo tan claro. Las etapas de la historia correspondían perfectamente a las etapas de la vida de un hombre. Miranda ahora mismo estaba parada en el Renacimiento de su vida. Casi 14 años. Era la época en la que iba a volver a los mitos de la Edad Antigua, como el del sodero, para reformularlos y hacerlos célebres otra vez. La Edad Media de su pre pubertad la había acallado por medio de vergüenza y miedo al ridículo. Ahora ella se sentía el centro de su universo; volvería a las fuentes clásicas para abrirse caminos y encontrar respuestas. Pero nada se podía decir. No estaba segura de que su teoría fuera bienvenida entre sus pares. Sólo silencio y confundirse con el montón. El secreto consagra y esclaviza. Tal vez, con la primera adolescencia viniera la Era de la Razón, y entonces allí, antes de que el Romanticismo la ciegue de ira contra las instituciones y dogmas, podría exponer su teoría. Sólo sonrió.
(2008)