sábado, 15 de noviembre de 2008

Shh

Miranda se levantó y se sorprendió de que la casa estuviera tan silenciosa. Se frotó los ojos y bajó de la cama pisoteando muñecas, pantuflas y ositos. Caminó bostezando por el pasillo. El rumor de la radio se iba haciendo más grave mientras se aproximaba a la luz amarilla que venía de la cocina. Su madre estaba atareada, entregada a una misteriosa faena que Miranda no podía ver desde sus 5 años.
- ¡Buenos días! ¿Querés tomar algo?
- No.- miró a su alrededor, evaluando todo, sintiendo celos de todas las horas que
su madre había pasado ahí sin ella. – No me despertaste.
- Estabas durmiendo…
- ¡Por eso!- Se impacientó y arrojó al vacío de la cocina una cuchara que se
asomaba desde el borde de la mesada. Su madre la miró.
- Miranda, tenés el mismo carácter de la Tía Sari cuando se levanta. – Se agachó
a buscar la cuchara. – Así no me estás ayudando.
- ¡Yo no me quiero parecer a la Tía Sari!- El fastidio era lógico.
- Claro, mi amor, nadie se quiere parecer a la Tía Sari. ¿Me querés ayudar?
- Sí
- Bueno, fijate si vino el sodero.
Perplejidad. Los mayores y su manía de dar por sentado el significado de las
palabras. Primero pensó en preguntarle si el sodero estaba en casa en ese momento. Exploró los pasillos, hasta ese pasillo que va al cuarto de los cachivaches que le daba miedo. No vio al sodero. De hecho, no sabía muy bien qué esperar, ya que nunca había visto al sodero. Seguramente sería un señor con bigotes y hasta anteojos. Se quedó parada en el pasillo, mirando el piso. Estaba perdida. Pero no quiso preguntar, porque quería ayudar. Y preguntando no se ayuda. Así que se dirigió al teléfono. Por lo general cuando los grandes tenían una duda, la descargaban contra uno de esos aparatos con tantos botones tentadores.
Levantó el tubo. El tono le molestó.
- ¿Qué hacés ahí, Miranda? Te dije que fueras a la puerta a ver si vino el
sodero…
Error. Grave error. Nunca se había mencionado una puerta en la consigna. Miranda dejó el tubo, triunfante porque había encontrado una respuesta al levantarlo, sin necesidad de preguntar, y corrió a la puerta. Llegó y la miró. Era enorme. Y seguramente pesada. No se acordaba de haberla abierto sola antes. Se estiró y accionó el picaporte. Una ráfaga de viento fantasma, de esas que corren misteriosamente por los pasillos se coló en el hall, y casi le sacó la puerta de las manos a Miranda, que tiró con todas sus fuerzas para dejarla abierta.
La ráfaga se calmó y apoyó la puerta contra la pared. Miró hacia el pasillo. Lo único que se veía era la línea de luz que se colaba por debajo de la puerta del departamento C, allá a lo lejos, pero la penumbra no era tan espesa como para no notar si ahí había un sodero.
Con la satisfacción de una misión cumplida, y sin reparar en cerrar la pesada puerta otra vez, porque el impulso de anunciar que la misión fue un éxito es más poderoso que terminarla, Miranda vociferó.
- No, no está el sodero.
- ¿Te fijaste si están los sifones?
Esto ya rozaba la falta de respeto. ¿Qué es eso de agregar elementos a la misión cuando una ya está saboreando los laureles de la victoria? ¿Ahora sifones también?
Los vio, orgullosos, en fila como pingüinos junto al marco de la puerta. Sí, ahí estaban.
- ¿Están o no están? – su madre seguía el progreso de la empresa desde la
cocina.
- Sí, están.
- Bueno, traelos.
Miranda los arrastró hasta la cocina.
- Dejalos ahí- le señaló un rincón al lado de la heladera. – Muy bien. Ahora llevá
esos dos que están vacíos y dejáselos al sodero.- Miranda no lo podía creer. ¿No le había aclarado ya que el sodero no estaba ahí afuera? Pero no quiso preguntar por miedo a que la misión se volviera más complicada. Le pareció que lo más lógico que podía hacer, que para nada coincidiría con lo que su madre creyera lógico, era dejar los sifones vacíos en el mismo lugar en dónde había encontrado los llenos.


La ráfaga de viento en el pasillo la transportó. Sí, me dijo que se los deje ahí afuera.
- Está mal. Los soderos jamás pasan dos días seguidos.
- Sí, Miranda, es verdad. Te debés estar acordando mal.
- No, les juro que al otro día pasó el sodero, si hasta mi mamá me dio plata para que…
- Ah, la relación sodero-cliente es un vínculo sagrado.
- El sodero no existe más
- ¿Cómo que no existe más?
- Es un personaje mitológico.
- Bueno, eso es lo que yo creía cuando era chica, como que vivía debajo de los
sifones. No entendía muy bien.
- No hay nada qué explicar. Es mentira, el sodero no es nadie. Nadie los vio
nunca.
- Pero ¿Cómo explicas la presencia de soda en un hogar?
- Supermercados.

Cerró la puerta con dificultad y el sodero ocupó su mente mientras almorzaba mirando la tele, mientras vaciaba el contenido de su habitación en el pasillo para jugar, y mientras pintaba con acuarela en el piso del comedor.
Mientras su madre preparaba la cena, sin que nadie lo sugiriera, volvió a mencionarlo.
- Ya que sos mi secretaria oficial con este asunto, ¿no me querés hacer un
favor más? – Las palabras secretaria y oficial la llenaron de orgullo.
- Ponele esto al sodero.
Miranda tomó el billete con la prestancia que requieren estas situaciones, abrió la
puerta y lo dejó abajo de los sifones. Las preguntas que cruzaron su mente deben haber sido ruidosas, porque su madre la vio entrar y le regaló una explicación de esas que tanto le había mezquinado durante el día.
- Mañana, el sodero deja sifones llenos y se lleva la plata.
Miranda abrió los ojos más grandes, y lo único que pudo imaginar fue que un hombre con bigotes y hasta anteojos vivía debajo de los sifones y los llenaba desde ahí.


Habría que seguir simulando. Un secreto le cruzó los ojos. Y vio todo tan claro. Las etapas de la historia correspondían perfectamente a las etapas de la vida de un hombre. Miranda ahora mismo estaba parada en el Renacimiento de su vida. Casi 14 años. Era la época en la que iba a volver a los mitos de la Edad Antigua, como el del sodero, para reformularlos y hacerlos célebres otra vez. La Edad Media de su pre pubertad la había acallado por medio de vergüenza y miedo al ridículo. Ahora ella se sentía el centro de su universo; volvería a las fuentes clásicas para abrirse caminos y encontrar respuestas. Pero nada se podía decir. No estaba segura de que su teoría fuera bienvenida entre sus pares. Sólo silencio y confundirse con el montón. El secreto consagra y esclaviza. Tal vez, con la primera adolescencia viniera la Era de la Razón, y entonces allí, antes de que el Romanticismo la ciegue de ira contra las instituciones y dogmas, podría exponer su teoría. Sólo sonrió.
(2008)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Veneno

Pasos en falso, seres que se alimentan de odio. Beware! Están por todos lados. Pero no inspiran odio los muy desalmados, sólo pena e impulsos de alejarse lo antes posible. Lo más agresivo que me inspiró alguien jamás, y suplico no volver a pasar por sufrimiento semejante



Si yo hubiera sabido que me estaba condenando a una existencia atada a su persona, a su esencia y a su fragancia, jamás me habría embarcado en la aventura de su cuerpo. Era tétrico. Fue lento y baboso al principio. Recuerdo sentir que no era lo adecuado mientras nos dábamos batalla pausadamente en la cama la primera vez que fue mío. Pero continué, tal vez por un capricho ciego; el de vivir una vida de soltería postergada y el de que mis antojos me llevaran por el camino de la casualidad. Él estaba en mi cama, y yo no podía dejar de repetirme a mí misma lo demente que era todo aquello.
Mis entrañas explotan mientras trato de escribir estas palabras, mis nervios se sedan, me haría bien fumar algo. Y las lágrimas serían tan necesarias ahora, pero no llegan. ¿Qué las estará retrasando?
Nos dábamos cita porque sí, creo que no había nada más que hacer con el tiempo y nos venía bien sentir el calor del otro, dormir abrazados, respirar compañía. Palabras aletargadas, comentarios que eran inocentes y cariñosos, de repente mutaron en una seguidilla de amenazas de muerte y de miedo a dar pasos en falso. Me di cuenta tarde de que la felicidad no estaba invitada a compartir esa vida juntos. Horas se sucedieron, horas de cavilaciones, sospechas. Un cariño fue una vez, pero se convirtió en dura y gélida duda por parte de los dos. Por miedo a enfrentar a nuestros seres verdaderos, esas criaturas verdes y podridas que habitan dentro de nuestro corazón y que nos dictan los movimientos dentro de una relación, nunca nos dimos tiempo para estirar sobre una mesa todos los temblores del alma.
Reconozco que fue una torpeza en pos de la libertad individual, por salvaguardar la singularidad y por razones que ya no recuerdo. Y tantas torpezas, que nunca son bífidas como su lengua, se acumulan hasta formar un gran error que lastima y percude cualquier síntoma de afecto que pudo haber atacado al organismo.
Se acelera un curso de acción, sin conocer muy bien las causalidades del asunto y de repente se siente repulsión por alguien que nos hacía soñar con una voz descascarándose en pasión hacía apenas semanas. Y es así como comenzó mi suplicio.
Una tarde, mirando una nube rosa violácea, decidí que una vez más un cariño caduco me asfixiaba. Y como suelo resolver en seguida estas cuestiones, lo puse en palabras que él pudiera entender y no resintiera.
Sus ojos fueron proyectiles que me dispararon lástima y temor. Por un momento temí por mi vida. Pero volviendo a casa, sola, me sentí a salvo. Hasta que entré a mi casa y ésta ya no era mía. Todos sus discos y libros estaban apretándose en los estantes de mi biblioteca. Su ropa oscura invadía mi closet y su cama era el único lugar que me acogería esa noche. Ninguno de mis efectos personales estaban allí. De hecho mi vasta superficie de esparcimiento estaba limitada a su territorio, y el ahogo era mayor.
Su esencia me perseguía, ahora que yo vivía en su casa. Y esa urgencia por hacerme sentir una mujer, esas ganas de ser recorrida por manos ansiosas no me inundaba más. Era él trabajando desde su entorno, que ahora era el mío y me confundía en un sinfín de aburridas charlas y grises rutinas. Una nostalgia honda clavada en el alma, la falta de niñez pasada a la cual recurrir, la ausencia de presencias en casa, toda mi vida estaba muerta en una caja lejos, lejos de mí.
Y sólo una voz rancia, pestilente me recordaba lo que yo había sido antes de conocerlo, una mujer sin desperdicios, un ser de luz, con planes precarios pero propios, que no sabía amar sino de la manera más pura. Y por seguirlo, por fundirme con él en algún momento del pasado, perdí todo lo que me hacía única.
No estoy en condiciones de odiarlo. (2008)