Pasos en falso, seres que se alimentan de odio. Beware! Están por todos lados. Pero no inspiran odio los muy desalmados, sólo pena e impulsos de alejarse lo antes posible. Lo más agresivo que me inspiró alguien jamás, y suplico no volver a pasar por sufrimiento semejante
Si yo hubiera sabido que me estaba condenando a una existencia atada a su persona, a su esencia y a su fragancia, jamás me habría embarcado en la aventura de su cuerpo. Era tétrico. Fue lento y baboso al principio. Recuerdo sentir que no era lo adecuado mientras nos dábamos batalla pausadamente en la cama la primera vez que fue mío. Pero continué, tal vez por un capricho ciego; el de vivir una vida de soltería postergada y el de que mis antojos me llevaran por el camino de la casualidad. Él estaba en mi cama, y yo no podía dejar de repetirme a mí misma lo demente que era todo aquello.
Mis entrañas explotan mientras trato de escribir estas palabras, mis nervios se sedan, me haría bien fumar algo. Y las lágrimas serían tan necesarias ahora, pero no llegan. ¿Qué las estará retrasando?
Nos dábamos cita porque sí, creo que no había nada más que hacer con el tiempo y nos venía bien sentir el calor del otro, dormir abrazados, respirar compañía. Palabras aletargadas, comentarios que eran inocentes y cariñosos, de repente mutaron en una seguidilla de amenazas de muerte y de miedo a dar pasos en falso. Me di cuenta tarde de que la felicidad no estaba invitada a compartir esa vida juntos. Horas se sucedieron, horas de cavilaciones, sospechas. Un cariño fue una vez, pero se convirtió en dura y gélida duda por parte de los dos. Por miedo a enfrentar a nuestros seres verdaderos, esas criaturas verdes y podridas que habitan dentro de nuestro corazón y que nos dictan los movimientos dentro de una relación, nunca nos dimos tiempo para estirar sobre una mesa todos los temblores del alma.
Reconozco que fue una torpeza en pos de la libertad individual, por salvaguardar la singularidad y por razones que ya no recuerdo. Y tantas torpezas, que nunca son bífidas como su lengua, se acumulan hasta formar un gran error que lastima y percude cualquier síntoma de afecto que pudo haber atacado al organismo.
Se acelera un curso de acción, sin conocer muy bien las causalidades del asunto y de repente se siente repulsión por alguien que nos hacía soñar con una voz descascarándose en pasión hacía apenas semanas. Y es así como comenzó mi suplicio.
Una tarde, mirando una nube rosa violácea, decidí que una vez más un cariño caduco me asfixiaba. Y como suelo resolver en seguida estas cuestiones, lo puse en palabras que él pudiera entender y no resintiera.
Sus ojos fueron proyectiles que me dispararon lástima y temor. Por un momento temí por mi vida. Pero volviendo a casa, sola, me sentí a salvo. Hasta que entré a mi casa y ésta ya no era mía. Todos sus discos y libros estaban apretándose en los estantes de mi biblioteca. Su ropa oscura invadía mi closet y su cama era el único lugar que me acogería esa noche. Ninguno de mis efectos personales estaban allí. De hecho mi vasta superficie de esparcimiento estaba limitada a su territorio, y el ahogo era mayor.
Su esencia me perseguía, ahora que yo vivía en su casa. Y esa urgencia por hacerme sentir una mujer, esas ganas de ser recorrida por manos ansiosas no me inundaba más. Era él trabajando desde su entorno, que ahora era el mío y me confundía en un sinfín de aburridas charlas y grises rutinas. Una nostalgia honda clavada en el alma, la falta de niñez pasada a la cual recurrir, la ausencia de presencias en casa, toda mi vida estaba muerta en una caja lejos, lejos de mí.
Y sólo una voz rancia, pestilente me recordaba lo que yo había sido antes de conocerlo, una mujer sin desperdicios, un ser de luz, con planes precarios pero propios, que no sabía amar sino de la manera más pura. Y por seguirlo, por fundirme con él en algún momento del pasado, perdí todo lo que me hacía única.
No estoy en condiciones de odiarlo. (2008)
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