- ¿Catalítico? Noooo, Ballesteros. El calendario Azteca no era catalítico; era cíclico…
En mis cortos 15 años creo que jamás me interesó la diferencia entre un vocablo y el otro; y la manera en que medían el tiempo los Aztecas me tenía sin cuidado, a decir verdad.
- Además, - continuó mi profesora de historia, blandiendo mi examen desaprobado- catalítico es… una estufa de tiro balanceado…
Y ahí el tiempo se detuvo. O se juntó con todos los demás momentos de mi vida. La sola mención de la palabra estufa fue suficiente.
Me transporté inmediatamente con el pensamiento a mi habitación de niña- adolescente. En ese reducido espacio le había suspirado a las paredes cubiertas de pósters los nombres de miles de romeos. El piso de madera conocía el sabor de mis lágrimas, y los marcos de la puerta me vieron salir vestida para enfrentar la oscuridad de una noche corta y sin alcohol en tantas ocasiones.
El sonido y ambiente de una época en lo que todo está por definirse trascendía y perduraba entre aquellas cuatro paredes que conformaban mi habitación. Un color de pelo osado. Música foránea y secreta. Lágrimas furtivas. Primeras palabras en papel. Y el vértigo – no deseado- de que nada haya ocurrido aún. Un corazón dispuesto a ser marcado. Todo este desfile de adornos rodeaba al epicentro de aquel universo, mi estufa.
Ella estaba al lado del escritorio. Era la primera que leía mis escritos. En invierno confiaba en ella para que me apoyara moralmente; para que me diera coraje y poder seguir con mi entonces simple y despreocupada vida. En verano, era un fiel estante. Siempre dispuesta a sostener lo que no entrara en otro lugar.
Y el hecho de que fuera de tiro balanceado me llevó a alimentar a las más descabelladas fantasías y también a creerlas desde la más tierna edad. Muy dentro de mí, una voluntad irrefrenable de descubrir una veta mágica en mi estufa me impulsaba a volar con la imaginación.
Como aquella vez en la cual, explorando mi estufa y habiendo descubierto que tenía una comunicación al exterior, supuse que sería muy tonto de mi parte no probar semejante aparato de fonación. Pasé tardes enteras vociferándole a mi estufa. Pero evaluar el resultado de tan ambiciosa empresa se tornaba imposible si no había quién diera fe de su correcto funcionamiento.
Convoqué a una de mis amiguitas del edificio, que gozaba de un ejemplar de estufa similar al mío, y le expliqué los detalles del funcionamiento del aparato, de acuerdo con lo que yo creía en aquel entonces. Las instrucciones eran simples: si había algo que ella quisiera decirme, no tenía más que decirlo en voz alta cerca de la estufa, y yo, con la oreja apoyada en mi aparato, la escucharía.
Tras varios intentos, tuve que admitir que mi teoría había fracasado tristemente.
Sin embargo, luego de varios años, a los 15, el sonido de la palabra estufa me traía significados nuevos.
El portero de la escuela, Horacio, era el encargado de encender las viejas estufas en cada aula. Como se avecinaban los meses más fríos, ya era habitual encontrarse con Horacio en el aula en la primera hora, forcejeando con los aparatos.
Por eso fue extraño no verlo en la primera hora el jueves. Ni en la segunda. De la tercera no nos percatamos. Pero en un momento entre la quinta y la sexta hora una de mis compañeras dijo:
- ¿Por qué no vino Horacio a prender la estufa? ¿No tienen frío
ustedes?
Todas nos miramos y estuvimos de acuerdo en que era vital y
necesario que Horacio viniera a encender aquel aparato. Pero no vino.
No sólo no vino Horacio, sino que dos hombres que no conocíamos vinieron a desinstalar la vieja estufa.
¡Eso sí que no podíamos permitirlo! Organizamos una sentada en el patio, nos quejamos, nos indignamos, pero sólo obtuvimos silencio como respuesta.
Al día siguiente, sin ánimos de enfrentar una jornada sin estufa, (aunque era viernes, y a los 15 esa es razón suficiente para que reine la felicidad absoluta) nos encaminamos pesadamente al aula.
Nos sorprendió la flamante estufa de tiro balanceado que señoreaba el aula, y nos sentimos tan satisfechas que parecía viernes antes de un fin de semana largo. Pero la sorpresa mayor no fue el haber adquirido una estufa. Lo especial sobre esta estufa se dio a conocer a medida que fue transcurriendo el día.
Primero, mientras nos comunicábamos las unas a las otras las bondades de la nueva estufa, una de mis compañeras dijo:
- ¡Uh! Ahora tenemos química. Ojalá que no venga la profesora.
Era un comentario bastante baqueteado en aquella aula, así que
nadie le dio mayor importancia. Cinco minutos más tarde nos comunicaron que la profesora de química no vendría por haber tenido un contratiempo.
No podría describir con palabras la alegría que nos inundó. Nos dispusimos a pasar la hora libre de la mejor manera posible; escuchando música, jugando a las cartas, recorriendo las instalaciones de la escuela.
Mientras se sucedía un animado juego de cartas entre 4 de mis compañeras y yo, una de las chicas que no estaba jugando le gritó a Luli desde al lado de la estufa.
- ¿Me ayudás con la tarea de matemática después?
- Pará que estoy jugando- contestó Luli, muy concentrada.
Ella era invencible jugando al Jodete y esta era una partida en que no iba a dejarse ganar.
- ¡Dale! ¡Ayudame ahora!
Luli no le contestó; estaba demasiado enfrascada en el juego.
Miré a la chica que se indignaba al lado de la estufa y la oí decir:
“Espero que pierdas.”
Y en ese instante, Luli olvidó decir que le quedaba una sola carta, y
tuvo que levantar 10 cartas del mazo, dándole así la oportunidad de ganar a María Pía, que nunca había ganado.
- Increíble- pensé.
Me quedé mirando la estufa largamente.
El juego se disolvió por una disputa predecible entre Luli y María Pía; y yo, aprovechando esa discordia, me dirigí hacia la estufa.
Me senté al lado del aparato.
Marikena vino con su walkman a sentarse conmigo.
- ¿Qué escuchas?- le pregunté de manera ausente.
- La radio. Están pasando Marilyn Manson. ¿Querés escuchar?
- Bueno- y una melodía funesta pero cautivante nos percudió los
tímpanos por un rato. Marikena era una gran admiradora de esa banda.
- Me encantan, los amo. Espero que alguna vez vengan a la
Argentina.- Ni bien Marikena concluyó esa frase desiderativa, el locutor anunció: “Se ha confirmado la visita de Marilyn Manson a la Argentina. Se presentará el próximo octubre en el estadio…”
Marikena saltó de alegría y corrió – con walkman incorporado- a propagar la noticia entre quienes la encontrarían de interés.
Yo me quedé boquiabierta al lado de la estufa.
Secretamente, supe que yo era la única persona dentro de esa aula
que sabía del poder de la estufa. Entonces, me acerqué cautelosamente y le susurré mi deseo.
Hace 15 años de esto, y yo sigo igual. En el mismo lugar, con las mismas compañeras, dentro de una realidad cíclica, sin años de más ni tiempos pasados.
Ya deben saber cuál fue mi deseo. (2007)
No hay comentarios:
Publicar un comentario