lunes, 12 de mayo de 2008

Teté


El principio del temblor. El primer sismo en un lápiz se antecede por una calma inexplicable.


Cuando llegué a la casa de Teté, había música. Esto ya era raro porque en la casa de Teté la música sólo amenizaba reuniones, y ahora ella estaba sola. Tal vez alguien se había ido hacía unos momentos. Pero no pregunté.
Mientras caminaba por el pasillo, noté al pasar por la habitación que la cama estaba tendida. Me extrañó mucho, porque que era sábado y Teté nunca arma la cama. Menos un sábado. Sin embargo, continué en silencio, porque su imagen me enmudeció.
Teté estaba sentada en el sofá de la sala, apoyada sobre su costado, bordando. ¿Bordando?
Sí, Teté bordaba y yo nunca lo había notado. Morrissey seguía gritando desde el parlante que lo interrumpiéramos si creíamos haber escuchado aquello antes. Igualmente, la tarde se veía silenciosa cuando llegué a la casa de Teté. Algo era raro.
La mirada grave de Teté se levantó de su bordado por un segundo para mirarme – como si no hubiera sabido que era yo el que acababa de llegar.
- ¿Cómo estás? – preguntó desinteresadamente.
- Bien- respondí dejando mi saco sobre un sillón, mientras ella siguió mis movimientos con su mirada grave.
- Qué bien.
No creo que haya estado enojada. ¿Por qué habría de estarlo? Yo no había hecho nada para causarle enojo.
Estaba lejana. Para mí, había toneladas de causas en su actitud para tildarla de loca. Pero ¿qué había de raro en la imagen de una mujer de veintitantos, en su sillón, bordando?
Bueno, yo conocía muy bien a Teté. Ella no bordaba. ¡Por Dios! ¡En dos años jamás la había visto hacerlo o siquiera hablar de eso! Otra cosa, la cama. ¿Qué hacía la cama hecha? Ella sabía que yo vendría, ¿por qué no me estaba esperando en la cama? Ella era una eterna enamorada de su cama. Entonces, ¿qué hacía en el comedor?
Mis conjeturas suenan banales, pero es inimaginable la importancia que encierran.
¿Y la música? Yo sé que las mujeres son cambiantes en su humor pero ¿Morrissey a la tarde? Eso era para la noche, cuando las amigas de Teté venían a cotorrear y a tomar cerveza. Me van a acusar de prejuicioso, pero tengo razones para afirmar que Teté es muy estructurada. Por ejemplo, ella limpia todos los sábados a la tarde.
¡Mierda! ¿No les digo? Hoy es sábado y no está limpiando, ni ordenando. Ni parece que haya pasado una escoba. Lo peor es que todo este tiempo en que mis cavilaciones me mantuvieron disperso, estuve parado frente a ella, mirándola bordar, lenta y espaciadamente, sin siquiera levantar la vista. Como un robot. Pero con una leve sonrisa en los labios. La aguja se hundía y arrastraba un río verde sobre un mantel blanco, que fluía hasta quedarse inmóvil en la forma de lo que yo creo será una hoja.
Tuve que decir algo.
- Teté, ¿me estás engañando? - ¡Bravo! En cuanto me escuché diciendo eso,
quise escapar y no volver más.
- No. – Me aseguró sin levantar la vista y sin descuidar su bordado.
Raro, ella habría respondido “No, ¿por?”, pero esta vez no lo hizo.
Ella siempre sostuvo que los hombres éramos más prácticos que las mujeres. Ellas
están siempre buscando respuestas a preguntas que nadie ha formulado, mientras que nosotros sólo aceptamos los hechos como son, sin cuestionamientos.
Sin embargo, ella no se detuvo a preguntarme por qué todavía estaba parado en la sala, mirándola, extrañado.
Ante tamaña indiferencia, tuve que sentarme a su lado. Al lado de esa esfinge, perfecta y curvilínea, que no se inmutó cuando ocupé ese lugar.
Sus ojos seguían graves y relajados sobre su bordado. Sus manos livianas iban y venían con una gracia que jamás había visto. Su pecho subía y bajaba con la respiración. Quería tocarla. Sabía que sería difícil llegar a su exterior y mucho más a su interior.
Yo estaba tenso. Mi mente se despedazaba en millones de frases que se desvanecían antes de formularlas, porque no eran demasiado buenas como para llegar a su corazón.
¡Si tan sólo me hablara, eso ayudaría tanto! Si me dijera algo… cualquier cosa. ¡Cuántas veces había deseado que se calle! Cuando me reclamaba atención, cuando enumeraba las razones de su depresión. Cuando exponía con minuciosa claridad qué esperaba de mí. ¡Y yo no la escuché!
Ahora deseo más que nunca que hable. De cualquier tema. Porque ni siquiera está enojada; eso quiere decir que no hay nada que la turbe. Y alguien sereno es más fuerte que un mar de furia. Por fin me animé a preguntarle.
- Vos ¿Cómo estás? – y no recordé haber preguntado eso por mucho tiempo.
- Bien.- Dijo fría pero encantadoramente.
Entendí que Teté podía prescindir de mí toda su vida. Yo ya
había salido de su corazón. (2006)

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