viernes, 16 de mayo de 2008

Tratado de las Esquinas

Ritual de lo habitual. Duelos que enfrentar cuando uno se embarca en la dura tarea de conocer gente.



Si es que puedo decirlo, hay pocas cosas más difíciles de afrontar que estar parado en una esquina esperando a alguien. Y no hablo del viejo amigo al que ya se le adivinan los caprichos, de hecho, ese no sería el caso, ya que con un viejo amigo se sospecha por el tenor del encuentro cuál será el ritual a seguir una vez que llegue.
A lo que yo me estoy refiriendo es a esas ocasiones en las cuales el eventual interlocutor- no creo haber elegido la palabra correcta- es una persona que apenas ha comenzado a asomarse en nuestro lúgubre y sin sentido universo personal, es decir, es de esas personas con la cuales los preludios son paso obligado ya sea por decoro o vergüenza.
Y uno llega a la esquina señalada, a una hora más o menos señalada y se percata de que se encuentra solo. Esta es la primera desgracia que nos depara una esquina: llegar primero. Cuidado, puede ser señal de primera batalla perdida. Los fuertes de corazón pueden afrontar esta situación dejando que los nervios no ganen ni tampoco llevando el apunte a esa manía de que “todo el mundo se da cuenta de que me plantaron”. La verdad es que la gente pasa por las esquinas sin fijarse en lo que hay ahí parado. Si no me cree, compruébelo usted mismo, pase por varias esquinas, y verá que lo que sea que haya allí no le llamará la atención. Sin embargo, no hay fuerza que nos saque de la cabeza ese comportamiento paranoico que consiste en mirar para todos lados, escudriñar tontamente el celular, o buscar algo inexistente en su bolso. Y si usted llega a tener la desgracia de no fumar, la espera es más que pretenciosa.
Una gran disyuntiva se presenta en este punto: “si no llega en 5, me voy.” Es inevitable llegar a esta conclusión, ya que una esquina es el punto en donde convergen dos mundos, y a veces, donde terminan algunos. En las esquinas también comienzan mundos incongruentes los unos con los otros, que no tienen continuación aunque las calles sigan llamándose igual. Me pregunto porqué las citas no son a mitad de cuadra. Pero mientras los interrogantes crecen- ¿Me habrá olvidado para siempre? O ¿Hasta qué hora se puede esperar sin perder la dignidad?- la persona se apersona, y estas divagaciones se olvidan ya que no forman más parte de la realidad.
De ser más vanidosa, supongo que jamás habría tenido este problema, pero me he encontrado, para mi sorpresa, esperando aterrada en una esquina, con la boca seca, el estómago hecho un revuelo, y las manos húmedas. Y eso siempre coincide con las veces en las que no me siento adorada rendidamente por la persona que debo encontrarme en la esquina señalada. Los síntomas previos a que esta persona aparezca se acentúan hasta lo irrisorio, y nuestra advertencia de lo tontas que somos, aumenta.
De una esquina en la ciudad de Buenos Aires, se pasa, la mayoría de las veces, en horas de la tarde, a un café. Y tomar un café es un ritual que revela más signos de los que se descubren en aquellas charlas interminables que son difíciles de descifrar.
Se pide una carta primero. Llegar al café con una idea fija es siempre de persona fría, calculadora, que vive apurada. No sirve.
Se estudia minuciosamente la carta, perdiendo el interés en cualquier cosa que esté contando nuestro acompañante y cuado la decisión esté tomada, se cierra la carta con aire triunfal y se vuelve a poner atención en el sujeto en cuestión. Llega la infusión, se guarda un silencio sepulcral mientas el mozo va acomodando todos los objetos que acompañan a una infusión (azúcar, taza, tetera, leche, agua) sobre la mesa y se recobra el habla una vez que el mozo se haya retirado. Se procede entonces a hacer intervenir a todas los elementos que están sobre la mesa en la infusión. Uno de los pasos más significativos es agregarle azúcar a lo que sea que uno está tomando. Aliados de esta investigación son los sobrecitos, decodificadores de signos. Si es que hay azucarera, bueno, será cuestión de ir a otro café si se está al acecho de estos signos.
A mí, en lo personal me encanta hacer sonar mi autoridad por medio de golpes firmes a los sobrecitos, haciéndolos míos, con seguridad, y luego rasgarlos, ausentemente, como si nada tuviera uno que ver con aquella violación. Pero hay veces que ni siquiera estas muestras de personalidad fuerte nos libran de ser atrapadas por un ego superior que nos avasalla y limita. Es más, esa persona nos tuvo a su merced por casi 15 ó 16 minutos, en esos puntos que son tierra de nadie, en una esquina, y nosotros nos encontramos bajo llave, sin manera de salir de aquél juego.
Cuando todos estos artilugios de la ritualística de la cita se ven burlados por una persona que los pasa por alto, estamos en condiciones de afirmar que usted ha encontrado una persona digna de todo su encanto. Adelante, es una historia completamente inédita e inextricable. Además, no hay nada menos atractivo que un hombre fácilmente impresionable. Y recuerde, todo comenzó con una esquina. Así que la próxima vez que lo citen en una esquina, piénselo bien; el universo entero podría estar por cambiar. (2007)

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