Hay momentos de la vida que tardan en llegar. Un merecido evento que se hizo esperar.
Yo toda esta historieta me la acuerdo medio borrosa. Era verano, y todavía no me había dejado el pelo largo. Así que era chico como para entender ciertas miradas, palpitaciones, intrigas y demás parafernalia del mundo de los adultos.
Éramos un montón en la casa de una familia amiga de mi padre. Era verano. El aire estaba denso y la comida no dejaba de ir y venir. Risas, malentendidos, otra vez las miradas y mucho, mucho arte. De cualquier clase.
Yo era un pibe, nada más, estaba ahí porque lo quiso el destino. Y nada se turbaba, y todo fluía aunque yo era un extraño. Yo y ella. Ella también era una extraña.
Penetró en la vida de toda esa gente, aparentemente hacía mucho tiempo, pero de manera tan anónima y misteriosa, que levantaba miradas (muchas de ellas) y locas inquisiciones de parte de todos. Pero ella no lo notaba. Ella sólo sonreía y deleitaba a todos con su perfil de estatua griega.
De a poco empecé a entender de quién se trataba. Ella venía con uno de todos esos primos, allí reunidos, unidos por el arte y más lejanamente por lazos de sangre. Más que ningún otro arte, la música los unía a todos. A las tías en coro, que decían lo mismo, pero pensaban distinto. A la única prima, inocente y juguetona, aunque mayor a todos, que bailaba sobre el teclado. Al abuelo homenajeado. A los primos, todos diferentes, pero similares en el fuego que destellaban sus ojos, algunos más intensamente que otros, excepto por el que sacaba fotos, que era una verdadera molestia. Y ella, que sólo exudaba brillo. Venía con uno de ellos, de los primos, si mal no recuerdo, con el más grave y sereno. Pero eso ahora no nos interesa. No haría a mi relato más interesante.
Ella no le pertenecía a nadie aunque había venido con uno de ellos. A pesar de la época, y de las convenciones sociales, yo supe que ella no era la novia de nadie. Sus ojos se posaban en lo que a ella le parecía emanaba más magnetismo a su alrededor, y todo era para su disfrute.
De pronto, siendo mi padre un bandoneonísta respetado, fue convocado al centro de la sala para dedicarnos unas milongas, o tangos. Y todo se animó. Todos los primos resultaron músicos de primera. Recuerdo las manos de la única prima flotando al ritmo de la música que ella parecía no tocar. También el saxo hipnótico del primo más chico. Y había una voz muy añeja, que llenaba el aire de ganas de llorar, que creo era de quien la había traído a ella.
Ella se acomodó en un sofá, jugando con su collar negro, y llenando el aire de brillo; y se perdió en la atmósfera estupefaciente del saxo y la voz acompañante. El piano se mecía bajo las manos inequívocas de la única prima, el bandoneón jugaba a ser soprano, pero yo no me dejaba seducir por las notas libidinosas de lo que ya era un ambiente musical exquisito. Yo me perdía en la sonrisa impasible de ella y la gracia con la que ella alentaba a los músicos. En ese momento supe, a pesar de mi corta edad que ella estaba extasiada con cualquiera que tocara música; que estaba siendo creada otra vez a partir de la manera en que esa gente tocaba un instrumento (a veces uno cada uno; otras, todos el mismo).
Y de pronto tuve acceso a sus temblores, a sus pensamientos. Y creí sentir todo aquello que ella sentía. La rendida adoración por quien ahora yo adivinaba como su acompañante. El respeto por toda esa familia ajena que le dio la bienvenida como ella siempre había deseado, o como al menos ella siempre creyó que se merecía. Adiviné en sus ojos un amor indescifrable, unas ganas locas de despojar a alguien de sus ropas. Vislumbré detrás de su máscara impasible una curiosidad de años saciada al fin, y una alegría inmensa que viajaría en avión en pocos meses. Una pena infinita por darle al mundo la noticia de que no era la novia que todos se imaginaban se colaba por detrás de su sonrisa. Y de repente vi algo que me dejó helado. Yo nunca pensé que esa noche podría terminar así. Al mismo tiempo, me llena de interrogantes el alma el hecho de que yo, siendo capaz de inferir todos sus pensamientos y sensaciones, no haya podido ver esto que voy a relatar a continuación.
Puede que la poca sidra que tomé por compromiso y con el sólo objeto de brindar haya hecho un efecto nefasto en mí, pero creo fehacientemente que algo de esto ocurrió.
En sus ojos de muñeca rusa, dilucidé una chispa de incomodidad, casi imperceptible, cada vez que un flash de cámara de fotos inundaba el ambiente de luz artificial. Un giro involuntario la desencajaba de su imagen etérea, y yo lo sentía. Al principio estaba anestesiado acariciando el contorno de su cuello, de sus piernas, y de sus pestañas, que se abrían y cerraban en torno a él. Ahora sí estaba seguro, el primo que hablaba menos, el más oscuro de carácter, el más grave era el que la había traído. Luego de un rato, y luego de que los flashes se habían sucedido de manera sobradamente abusiva, me di cuenta de qué pasaba, o mejor dicho, de qué pasaría.
Sus manos, blancas, adormecidas, se despertaron de un sobresalto ante un flash y buscaron algo en su bolso.
Todos cantaban, se dejaban llevar por la música, nadie estaba lo necesariamente conciente como para ver de dónde o hacia dónde. Se oyó el disparo entre el tumulto de voces e instrumentos.
El único primo que no era músico cayó inerte. Y todo se nubló. La vida se tornó un sinfín de acusaciones y de preguntas eternas sin respuesta. Una familia se vio en vilo por una extraña. Una extraña que había decidido que la música siguiera. Una extraña que sólo quería deleitar sus sentidos, sin que nadie o nada obstaculizaran su deseo. Y lo deleitable se hizo caos. Todo, todo al compás del tango. (2007)
No hay comentarios:
Publicar un comentario